Hoy México no tiene Presidente electo.
El artículo 99 de la Constitución establece claramente que al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación le corresponde resolver de manera definitiva e inatacable las impugnaciones que se presenten sobre la elección del Presidente de la República. La Sala Superior de dicho Tribunal “realizará el cómputo final de la elección de Presidente de los Estados Unidos Mexicanos, una vez resueltas, en su caso, las impugnaciones que se hubieren interpuesto sobre la misma, procediendo a formular la declaración de validez de la elección y la de Presidente electo respecto del candidato que hubiese obtenido el mayor número de votos.”
Esto no ha sucedido, por lo tanto, todos los festejos, las felicitaciones y la integración de los equipos de transición son hechos prematuros, adelantados, poco cuidadosos de las formas, que a lo único que contribuyen es a exacerbar el encono y la polarización política que vive el país, después de tan lamentables y destructivas campañas electorales. Tan no han ganado que hoy nadie puede disponer de los recursos públicos que están previstos en el Presupuesto de Egresos de 2006, para operar los equipos de transición.
La prisa no es buena consejera. No es conveniente para el próximo Presidente sentarse en la silla presidencial, sujeto a dudas, cuestionamientos y acusaciones de legitimidad, cuando las instituciones están ahí para dar soporte a la razón, la verdad y la democracia. Cumplir las formas, respetar escrupulosamente los tiempos legales, cuidar el discurso de las instituciones y asumir una actitud conciliadora es la tarea de quien piense que puede llegar a ser Presidente de México.
Sea como sea, la última palabra la tiene el hoy muy poderoso Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación y, cuando dicho órgano emita su veredicto, los conformes y los inconformes tendremos que aceptar el resultado y admitir que tenemos un Presidente electo, para todos los mexicanos.
Tenemos que atenernos a las instituciones y a los tiempos legales que nos hemos dado y hemos construido a lo largo de tantos años. Las instituciones son la diferencia entre un pasado bárbaro y caótico y un futuro próspero y democrático.
Pero, en lugar de confiar en ellas, los actores políticos juegan con la estabilidad del país y la gobernabilidad, como si tuviéramos la paz garantizada y como si este país no fuera capaz de descomponerse.
De un lado, tenemos la imprudencia de la prisa, la defensa partidista desde el Estado, los discursos inapropiados del Presidente, los comerciales de Espino, las actitudes triunfalistas, la urgencia de un resultado que no es posible, la falta de disposición para contar cuantas veces sean necesarios los votos y un trato político ingenuo y desaseado.
Del otro lado, la irresponsabilidad, el asambleísmo, el discurso de la paz con actitudes de violencia; las acusaciones sistemáticas a todo el proceso, cuando decenas de cargos en el Congreso y en la ciudad los favorecieron; la filosofía de que es mejor poca violencia hoy, para evitar mucha violencia mañana, la descalificación generalizada y el uso a la ligera de la palabra fraude.
Dos caras de un conflicto político mal manejado que avanza y que, poco a poco, se convierte en un conflicto social que algunos alcanzan a dimensionar y nadie atina a desmantelar.
Hemos construido un escenario con serios elementos de riesgo: tenemos un Presidente en funciones que no puede mediar porque hizo campaña y carece de autoridad moral; partidos enfrentados y sin puentes suficientes de comunicación; militantes y simpatizantes, que se sienten ofendidos, en pleno activismo político; un clima generalizado de peligro, temor y desconfianza y una sociedad polarizada innecesariamente.
Hoy México tiene a dos candidatos, diciendo por todo el país que ganaron, que siguen de alguna forma en campaña, aun cuando los mexicanos ya votamos y la Presidencia se encuentra sujeta a proceso y pendiente de una resolución judicial.
Es incorrecto no esperar el fallo de los jueces. Vivimos una elección muy cerrada con apenas 0.58% de diferencia. Hay incertidumbre en el resultado, pero tenemos la certidumbre de contar con un procedimiento, con plazos y con órganos, para dictar una resolución final. Debemos todos saber esperar, para juntos poder acatar.
Es ridículo y contradictorio que los dos partidos que han sido protagonistas centrales de la transición a la democracia y han luchado durante lustros por un cambio político, sean capaces hoy de poner en riesgo todo el proyecto democrático por el que trabajaron durante tantos años.
México no se merece ni la violencia ni la confrontación ni el rencor ni la división. Necesitamos reconstruir la confianza entre nosotros. En alguien tienen que caber la prudencia y la inteligencia. Si el país se descompone, al final la responsabilidad será de todos y poco importará saber quién empezó.
Con lo que estamos haciendo hoy, cuando el Tribunal Electoral pronuncie el nombre del ganador, ¿ese Presidente, podrá gobernar a México?
e-mail: sabinobastidas@hotmail.com
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