En la obra de Samuel Beckett los dos caracteres, Vladimir y Estragón, esperan a Godot, pero Godot nunca se aparece. Los priístas están convencidos de que el pueblo mexicano los espera con los brazos abiertos. Tal vez retornen a la presidencia y tal vez no, pero el PRI ciertamente no ha demostrado que entienda cómo ha cambiado el país o el mundo.
Es difícil recordar el ambiente que privaba cuando el PAN derrotó al PRI. Más allá de Fox, la población en forma abrumadora dio un suspiro de alivio, en parte por la oportunidad inherente a la alternancia, pero también por el hecho mismo de que los priístas se hayan comportado civilmente, aniquilando aquella amenaza de Fidel Velázquez en el sentido de que ‘se ganó el poder con las armas y con ellas se defendería’. Con anclas por demás endebles, el país entró en otra etapa de su historia.
Nueve años después el panorama comienza a cambiar. Dicen algunos observadores ingleses que cuando gana el partido laborista existe gran entusiasmo, pero cuando ganan los conservadores se percibe un enorme alivio. Del entusiasmo que existió cuando el triunfo del PAN no hay la menor duda. La gran pregunta hoy es si la población está lista para votar con alivio el retorno del PRI.
El PRI cosechó este año tanto sus enormes capacidades de organización como los descalabros de otros partidos. Su estructura territorial le permitió dominar regiones enteras, en tanto que el recuerdo del Peje y los descalabros del gobierno actual le confirieron casi una mayoría en el Congreso. En contraste con la ingenuidad que caracteriza a muchos de los políticos y gobernadores panistas, los gobernadores del PRI demostraron estrategia, liderazgo y habilidad política. También evidenciaron que las prácticas de cooptación, compra de votos, amenaza y reparto de canonjías siguen siendo lo suyo. ¿Será suficiente esa combinación para encabezar un gobierno en el 2012?
Los activos del PRI son evidentes, pero también sus pasivos. Su gran capital reside en su habilidad y experiencia de gobierno: setenta años en el poder crearon una clase política en su mayoría hábil y competente para gobernar. Sin embargo, el poder priísta funcionó no sólo gracias a la capacidad de sus miembros, sino a la estructura de corrupción que la acompañaba. Aunque los priístas critican la incompetencia del PAN en los menesteres del gobierno, su propia historia es menos lineal de lo que pretenden. No se puede olvidar que las crisis financieras que comenzaron en los setenta fueron producto del PRI y sus propios abusos, que el caos educativo es resultado de una estructura dedicada al control y no a la educación y que la corrupción que impera en entidades como Pemex es indisoluble de la historia y realidad del PRI.
Nadie puede negar la habilidad política de los priístas, pero nada han hecho para desentenderse de su historia. La competencia entre los precandidatos a la candidatura del PRI es prototípica: ninguno de los contendientes demuestra mejor gobierno, mayor productividad en su estado o un proyecto transformador de país. Su visión es la del PRI, y del país, de antaño: para ellos el mundo no ha cambiado. Como ilustró la reciente ley de ingresos, el PRI sigue sin tener más propósito que el mantenimiento del statu quo.
El PRI no se ha reformado, sigue recogiendo concepciones de desarrollo incompatibles con el mundo de hoy y ni siquiera pretende entender la realidad en la que le tocaría gobernar. La falta de visión de los priístas contrasta con la del primer ministro chino que hace no mucho afirmó que “en un mundo globalizado sólo vence quien conquista mercados, no ideologías”. ¿Dónde están los mercados que los priístas pretenden conquistar? ¿Cómo proponen darle al ciudadano más modesto la posibilidad de romper con las ataduras, casi todas herencia priísta, que impiden el progreso del país? Su carta es experiencia y capacidad de gobernar: aunque no menor dada la historia observada, esta carta es insuficiente e inadecuada como respuesta a los retos que el país enfrenta hoy.
El sistema político americano, dicen los estudiosos, “fue diseñado por genios para ser operado por idiotas”. El sistema político mexicano fue diseñado por políticos pragmáticos que estaban respondiendo a la coyuntura de los veinte del siglo pasado. A pesar de eso, lograron setenta años, la mayoría de ellos de paz, estabilidad y crecimiento económico. El problema es que ese sistema, el priísta, dependía de genios para operarlo porque el pragmatismo tiene límites naturales. De vez en cuando llegó un idiota que por poco acaba con el país. Ahora los priístas se presentan como los únicos capaces de conducir los destinos de México. ¿Cómo sabremos si el ungido es un genio o un idiota? La pregunta no es irrelevante en un país caracterizado por instituciones tan débiles, tan fáciles de sojuzgar, y más por políticos hábiles y experimentados.
Un partido que no se ha reformado y cuya carta de presentación se reduce a los males que caracterizan al partido que hoy gobierna, tiene poco que ofrecer en una contienda reñida y menos con que convencer a una población agotada por décadas de malos gobiernos. Además, la noción de que el futuro puede ser mejor porque el PRI esté en el gobierno es falaz. Lo que se requiere no es sólo un buen conductor, suponiendo que eso es lo que aportaría el PRI, sino también tener un proyecto susceptible de lograr la transformación por la que el país clama pero contra la cual operan tantos intereses, muchos de ellos cercanos al propio PRI. Una propuesta que no hace sino repetir las fórmulas que nos llevaron a las crisis de los setenta como hoy enarbola el partido es patética como aspiración transformadora. Baste contrastar esa visión (o ausencia de visión) con la de naciones como China, Corea, Chile y Brasil para ver lo pequeño y limitado de su proyecto. México no necesita, ni le sirve, el viejo PRI que se esconde detrás de una escueta fachada de modernidad.
El PRI tiene una gran historia que presentarle al electorado pero adolece de una visión moderna y renovadora, capaz no sólo de atraer votos, sino de llevar a la población a un nuevo estadio de desarrollo. Observando a sus estrellas –como sus diputados- es difícil no llegar a la conclusión de que demasiados políticos mexicanos están paralizados por una combinación de inercia y ausencia de espina dorsal. Obstáculos que son siempre pequeños se presentan como si se tratara del Kilimanjaro y se habla de “costos políticos” como si no fuera esa su función. Al PRI le falta que su historia empate con un proyecto distinto al que ya murió: el México de hoy ya no es el de 2000 y menos el de 1929. Su futuro exige algo mejor.
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