El PRI nació desde el poder para conservarlo. Fue creado para gobernar, no para buscar el gobierno mediante una elección democrática. Su naturaleza fundacional no era democrática. La democracia no es su hábitat natural.
Necesitaba adaptarse a la nueva condición democrática que, en cierto modo, él mismo propició y ayudó a construir en tres décadas. Mantuvo, durante la transición, una naturaleza dual: fue resistencia al cambio, pero también administrador del mismo; poder conservador, pero también reformador; sede de grupos autoritarios y espacio de grupos democratizadores. Quizá, más por presión que por vocación, si se quiere, a regañadientes, votó una a una las reformas institucionales que abrieron y democratizaron nuestro sistema político. Optó por un gradualismo que, de un modo u otro, le permitió seguir jugando en la democracia. Pero la condición era obvia: necesitaba renovarse y democratizarse. Debía demostrar que era capaz de cambiar junto con el entorno.
Su derrota era parte natural del proceso de democratización de México. El 2 de julio de 2000 se puso en marcha la cuenta regresiva. Dilemas y preguntas eran muy obvios: ¿pasado o futuro?, ¿conservación o renovación?, ¿democracia o autoritarismo?, ¿inercia o modernización?, ¿derecha o izquierda? Era necesario revisarlo tod militancia, reglas, estructura, burocracia interna, organización, pensamiento, ideología y propuestas de política pública. Necesitaba convertirse en un verdadero partido, capaz de tomar decisiones sin el poder presidencial. Era difícil, pero no imposible. Había suficiente creatividad y experiencia para ello. Los cambios, por supuesto, implicaban renuncias y rupturas. Mucha operación política y trabajo intelectual. Mas exigían, sobre todo, estatura política, visión de Estado y generosidad. Pero esas virtudes no estuvieron ahí.
Pocos leyeron que el sexenio de Fox era inmejorable para emprender esa tarea y que, en medio de su mala gestión y de su ineficiencia, se abría una oportunidad ideal para emprender con seguridad los cambios de fondo que el partido necesitaba. A pesar de la inacción y de la falta de reformas internas, la inercia le permitió al PRI importantes triunfos locales de 2000 a 2006, incluido el éxito de la elección federal de 2003, más el resultado de la errática idea de “quitarle el freno al cambio” y del abstencionismo que fue producto del trabajo interno. A pesar de todo, ese era el momento ideal para cambiar, democratizar y reinventar. Tenía que haber sido audaz y reformador. Debió haberse convertido en un partido opositor responsable y serio. Capaz de gestionar la oportunidad de cogobierno que le brindó el electorado. Pero no hizo su tarea. El presidente de ese partido, a mediados del sexenio, dejó plantado, literalmente, al de la República. Los encuentros, cuando los hubo, forzados, con testigos y de malas, no versaron sobre las reformas que el país necesitaba. Los protagonistas de la alternancia se perdieron en desafueros fatuos, encerrados en una sucesión adelantada y México perdió la oportunidad del cambio.
Con base en mentiras y traiciones, Roberto Madrazo logró su pírrica candidatura y hoy paga las consecuencias. Está montado en un partido que no le da para ganar. Desmoralizado y fracturado, con lo peor de su burocracia y de sus mafias, potenciadas y a flor de piel. Que parece una carcachita y todos los días pierde piezas. Militantes que se van o se alejan, con una renuncia abierta o como parte de una diáspora moral, perniciosa y silenciosa. Las listas de candidatos a senadores y diputados son una prueba de su condición. Atrapado en una visión arcaica, burocrática, unipersonal y patrimonialista de la política. Listas sin estrategia y sin racionalidad, sin expertos ni personalidades ni jóvenes, hechas al margen de la sociedad. ¿El resultado?: tercero en las encuestas. Un PRI que transita del partido de un solo hombre al partido de un hombre solo. Pero los partidos no son instituciones de hombres solos. Hay capturas temporales, pero los ciclos acaban. Por eso se gestan dos corrientes de priístas: los que aún apuestan al 2 de julio y quienes ya piensan en el 3. Conserva una remota posibilidad de triunfo, pero tal vez eso no suceda sin autoatentados o sin trampas. Aunque pierda, está claro que se ha convertido en uno de los nudos de nuestra democracia. Que por ese partido todavía pasan muchas de las decisiones del país y sus problemas internos son del sistema en su conjunto.
No va a desaparecer en 2006. Quitemos ese mito del análisis político. A pesar de todo, conserva la mayoría de los gobiernos locales, la tendrá en el Senado y al menos un tercio de los diputados. Las preguntas son: ¿qué hacemos con él?, ¿qué va a pasar con todo ese capital político?, ¿quién lo va a gestionar?, ¿seguirá la captura?, ¿va a continuar desmoronándose?, ¿se quedará como de un solo hombre?, ¿quién va a construir la alternativa? El PRI debe preocuparnos a todos. Es un tema delicado que hay que resolver para garantizar la gobernabilidad de nuestra democracia.
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