El déficit fiscal de Estados Unidos lo ha llevado a poner el tema de la productividad sobre la mesa, como se lo hizo saber al mundo el Presidente Barack Obama en su reciente informe presidencial. Sin embargo, incluso desde antes del planteamiento de Obama se ha estado dando un debate sobre nuevas formas de generar más riqueza sin gastar más, desde tener un gobierno más eficiente hasta impulsar la innovación.
El contraste con México no podría ser mayor. ¿Nos podemos imaginar a algún político mexicano rumbo al 2012 agitando un tema similar? ¿A un político cuyo eslogan de campaña sea “gobierno eficiente, sociedad más productiva y/o todos a innovar” o cuyo proyecto plantee que todos los mexicanos sin importar región del País, ocupación o edad nos enfoquemos en producir mejor y generar más valor? La irrealidad de estos escenarios es preocupante.
A continuación, algunas reflexiones aplicables al caso mexicano.
Desde el desempleo. Se sigue recurriendo al argumento de que si nos volvemos más productivos habrá más desempleo. Y quizá sea cierto en casos específicos, pero en el agregado no ha sido, ni será así. Basta pensar en cómo el arado, la imprenta, los automóviles, los teléfonos o los electrodomésticos aumentaron nuestra productividad y, lejos de contraer el empleo, hicieron posible el surgimiento de industrias enteras.
Desde el capital humano. Se repite que sólo podremos ser más productivos si alcanzamos un nivel de escolaridad promedio, o niveles de calidad educativa más altos. Es cierto que entre mayores habilidades tenga la población, más valor podrá generar. Sin embargo, hay miles de casos que demuestran cómo, coordinándonos bien y con los incentivos adecuados, podemos generar mucho más valor con los mismos recursos. Basta ver casos de empresas que invirtiendo en capacitación han logrado competir a nivel mundial.
Desde distintos sectores. En su artículo Productivity and Growth: The Enduring Connection, James Manyika y Vikram Malhotra mencionan que a menudo se piensa que la productividad es sólo para sectores rezagados. Si bien es ahí donde se puede avanzar más (y en México hay muchos sectores donde cualquier incremento en productividad supondría una mejora exponencial), también es cierto que las compañías a las que mejor les va tienen espacio para innovar y aumentar su productividad. De hecho, es posible que, dado que hoy son muy productivas, sepan bien hacia dónde dar el siguiente paso.
Desde la recaudación. En su libro The Power of Productivity, William Lewis comenta que cuando los países desarrollados eran pobres, las empresas no tuvieron que enfrentar lo que hoy enfrentan las empresas en países en vías de desarrollo: tributación y regulaciones excesivas. En México las autoridades gravan o exentan a las empresas según casos particulares y necesidades recaudatorias inmediatas y no pensando en una estrategia de largo plazo. Ahí están los debates sobre los gravámenes a refrescos y tabaco.
Desde la opinión pública. Hay quienes asocian la palabra “productividad” con la de “explotación”. Si, como vimos en la reciente Encuesta de Valores del Instituto de Cambio Cultural (de la Universidad de Tufts) y el CIDAC, entre los mexicanos hay una percepción negativa de los ricos y se cree que la riqueza es “suma cero” (para que haya ricos tiene que haber pobres), entonces podemos entender cómo la batalla se tiene que dar no sólo en los hechos -en las instituciones, leyes y políticas públicas-, sino en nuestra mentalidad como sociedad. Hay que dar a conocer casos donde una mayor productividad se tradujo en beneficios para todos.
Mayor productividad es la única manera en la que las sociedades pueden crecer económicamente. Bien haríamos en dejar de pretender lo contrario. Al mejorar en este rubro es muy probable que otros retos sean más fáciles. Y si la palabra “productividad” no nos gusta, pues llamémosle cómo sea, pero ¡hay que entrarle ya!
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