Productividad y reforma laboral

Migración

En México tenemos la misma productividad laboral hoy que en 1979. Y la misma ley –la Ley Federal del Trabajo– desde 1970. ¿Coincidencia?

Todo ha cambiado en los últimos 40 años, desde la tecnología e infraestructura hasta la matrícula universitaria y la mayor participación de la mujer en el mercado laboral. Todo… menos una cosa: las reglas del juego bajo las cuales operamos.

Hay que decirlo rápidamente: estamos viviendo una crisis de productividad. El Índice de Productividad México que dio a conocer el Centro de Investigación para el Desarrollo (CIDAC) lo señala claramente. En los últimos 20 años, la productividad laboral del país solamente creció 2.1% (aunque de nuevo, contando desde 1979 el crecimiento en la productividad ha sido de cero ) mientras que países con tasas anuales de crecimiento similares, en aquel entonces, a la nuestra, como España, Irlanda o Corea del Sur, incrementaron su productividad en 23%, 64% y 83% respectivamente en esos mismos 20 años.

Lo que sucede cuando un mexicano migra a Estados Unidos es un vivo ejemplo. La misma persona, con su mismo nivel de escolaridad, mismas habilidades y mismos contactos, es capaz de producir mucho más una vez que cruza la frontera. ¿La explicación? Certidumbre, Estado de derecho, un mejor marco legal y, en resumen, reglas del juego alineadas con la productividad y el crecimiento.

La productividad es, en el largo plazo, la variable más importante. Si no somos capaces de aumentarla, no seremos capaces de tener más ingresos, crecer, reducir la pobreza y desarrollarnos. La productividad es una labor de todos. Sin embargo, es el gobierno el que lleva el liderazgo y desde donde se puede tener el mayor impacto. Es en este ámbito donde se establecen la reglas del juego del ámbito laboral. La iniciativa de reforma laboral presentada por el PRI, que ya no saldrá en este periodo ordinario, si bien no es la panacea, sí avanza puntos importantes.

Ser más productivo no es imposible. Tampoco es algo que toma generaciones. Pero se requiere querer hacerlo y alinear todas las acciones en esta dirección. Se trata de hacer los cambios necesarios para que México pueda “hacerlo mejor” y para esto se requieren reglas que promuevan valores, como lo es, por ejemplo, el mérito.

Los debates inconclusos en México complican la labor. Por ejemplo, aún no acabamos de ponernos de acuerdo si lo que queremos privilegiar es el empleo o la productividad. Cada vez que hay una crisis, las barreras para reducir la planta laboral mantienen el empleo… pero reducen la productividad. A corto plazo suena bien, pero el precio a mediano y largo plazos es tener empresas que no son capaces de sobrevivir –o de moverse a actividades de mayor valor agregado– por falta de flexibilidad en las leyes laborales. Por proteger a unos se termina por quitarle el empleo a todos.

Otro debate pendiente es el del tipo de sociedad que queremos tener, y por lo tanto fomentar, a través de nuestras leyes. ¿Seguimos estancados en la noción de una sociedad de obreros y patrones… o le apostamos, ya, a nuestro enganche a la economía del conocimiento, que exige flexibilidad, rapidez, innovación constante y la toma de riesgos?

En su libro La clase creativa , Richard Florida señala que en los países desarrollados surge un grupo compuesto por arquitectos, diseñadores, profesores de universidad, científicos, escritores, consultores, ingenieros, etcétera, cuyo trabajo está basado en la creatividad –independientemente de la industria en que se encuentren. Esta clase creativa es el motor de la economía del conocimiento y de los proyectos, innovaciones y nuevos paradigmas que harán posible la riqueza que tanta falta le hace a México. Esta clase creativa que necesitamos no puede florecer en México sin flexibilidad laboral.

La rigidez del marco laboral actual fomenta la informalidad –la desprotección total del trabajador y la no-participación de los empresarios en el pacto social a través de sus impuestos–, que es justamente lo contrario de lo que se busca.

La cuestión no se reduce a cambiar nada más la Ley Federal del Trabajo. Pero sería un buen comienzo para alinear las reglas del juego. No inventemos más justificaciones históricas para nuestra poca productividad –haciéndolo sólo aseguraremos más décadas perdidas. Hay una enorme oportunidad delante de nosotros. Si realmente deseamos consagrar el “derecho al trabajo”, del que tanto alarde hacemos, la forma de lograrlo no ha sido, ni es, ni será, entorpeciendo la operación de la empresas y su acción creativa.

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