¿Puede el PAN llegar al poder?

PAN

Un partido político está constituido para alcanzar el poder o no es partido político. Visto desde afuera, ese es el dilema al que se enfrenta el PAN en este momento tan álgido de la historia política del país. Muchos panistas, sin embargo, temen que en el proceso de competir y ascender al poder, el partido pierda su identidad y su razón de ser. Ese es un temor razonable, pero no para un partido político. Una institución diseñada para alcanzar el poder y para imprimirle a la función pública un sentido diferente al de otros partidos, tiene que definirse con toda claridad frente a una ciudadanía ávida de cambio político que no parece encontrar en el PAN una alternativa confiable y sostenible. La pregunta para el PAN es, precisamente, si ofrece una manera distinta de gobernar.

A lo largo de los últimos años, el PAN ha pasado de ser un partido de oposición permanente y sistemática a uno activamente involucrado en el gobierno de un creciente número de municipios, estados y mexicanos en general. Muchos panistas parecen añorar los años de oposición: las condiciones eran inhóspitas, pero la congruencia ideológica era absoluta. Una vez cruzado el umbral del poder, la realidad comenzó a erosionar su pureza ideológica, forzando al PAN a enfrentar los dilemas inherentes al poder: negociar, concertar, ceder, compartir. Es decir, ensuciarse de la vida política que es, en esencia, idéntica en todo el mundo, porque es inherente al comportamiento de lo que Aristóteles llamó el “animal político”. Todos y cada uno de los términos que se asocian con el poder y la política entrañan, implícitamente, el abandono de posturas absolutas, así como la inevitable asunción de las responsabilidades que vienen integradas al ejercicio del poder, pero también de los costos de eventualmente acercarse o pactar con un partido que lleva décadas en el poder y que es fuertemente identificado con la corrupción que caracteriza al país. Para muchos panistas esta situación es, simple y llanamente, deplorable e inaceptable.

Pero el PAN no es una institución dedicada a la caridad. Su objetivo expreso es el de alcanzar el poder. Seguramente los panistas dirían que el objetivo no es sólo llegar al poder, sino hacer algo distinto con el poder, imprimirle el sello de ética y limpieza que el PRI es incapaz de conseguir. Como filosofía, la del PAN es absolutamente respetable. Sin embargo, como demuestra su experiencia de varios años de ejercicio del poder y de negociación de problemas concretos con gobiernos emanados del PRI, no hay tal cosa como un gobierno impoluto. La realidad es una de corrupción, suciedad y, en todo caso, de reglas establecidas por gobiernos con los que el PAN puede estar en desacuerdo, pero no por ello dejan de ser las reglas que operan y, en tanto éstas no sean cambiadas, serán las reglas con las que hay que jugar. Mientras los panistas titubean, los electores tienen que decidir. La mera sensación de incomodidad con el poder que transmite el PAN aliena a millones de potenciales votantes. Puesto en una palabra, mientras el PAN no decida su verdadera vocación, seguirá eludiendo el acceso al poder.

Una de las paradojas más impresionantes de la evolución del PAN a lo largo de la última década tiene que ver con la facilidad con la que ese partido aceptó jugar bajo las reglas del PRI. Es decir, el PAN, en ejercicio pleno de su responsabilidad histórica, estuvo dispuesto a participar en un sinnúmero de decisiones cruciales para el desarrollo del país y a compartir los riesgos que eso entrañaba. Lo hizo, sin embargo, bajo el esquema de poder del PRI. No es difícil dilucidar por qué lo hizo. Lo difícil es saber si los panistas veían su actuar en términos estratégicos o si se prestaron a una mera manipulación por parte de gobiernos priístas mucho más experimentados y competentes en el uso del poder.

Sin la participación del PAN en la aprobación de diversas piezas legislativas y en la solución de dilemas centrales para el desarrollo político del país en el curso de la última década, el país se habría estancado tanto en materia de reforma económica como de reforma electoral. El PAN jugó un papel central en la construcción del andamiaje político y económico que hoy le ha dado al país oportunidades excepcionales, sin las cuales el estancamiento y la crisis se habrían perpetuado con graves consecuencias sociales. Es decir, es impecable la lógica de la participación legislativa y política del PAN en diversas reformas electorales, en el presupuesto federal, en la solución de conflictos postelectorales, en el Tratado de Libre Comercio, en la dirección de la Procuraduría General de la República y, en general, en el ejercicio cotidiano del poder en una época caracterizada por tantos cambios y transformaciones. Pero no es obvio que los panistas aprueben esa lógica o que la compartan. Más bien, su incapacidad para explicar su actuar en el sexenio pasado ha sido sumamente costosa para el partido, como mostraron los resultados electorales de 1997.

Todavía más enigmática es la aparente ausencia de una estrategia de largo plazo en el actuar del PAN. La racionalidad de participar en el ejercicio del poder es indisputable. Más allá de los logros específicos que esa política haya arrojado, la decisión del PAN de negociar y participar en el ejercicio del poder reflejaba una convicción de que sólo participando en el poder se podría acceder a él. El liderazgo del partido en ese momento claramente llegó a la conclusión de que la realidad nacional exigía una estrategia que lo involucrara con el poder para eventualmente llegar a ejercerlo. La estrategia tenía todo el sentido del mundo y lo sigue teniendo. Pero eso no es lo que parecen creer todos los miembros del partido.

El comportamiento del PAN en los últimos tiempos ha sido, en el más benigno de los casos, enigmático. A finales de 1996, las encuestas colocaban al partido en la cima de las preferencias electorales tanto a nivel federal como en distintos estados. Los priístas no dejaban de quejarse -y preocuparse- del avance que experimentaba su “rival histórico”. Algunos miembros de la vieja guardia del PRI veían en el PAN la peor amenaza a su sobrevivencia. Los miembros del PRD los despreciaban (y envidiaban) a más no poder. Por su parte, los panistas estaban tan seguros de ser los legítimos (y naturales) beneficiarios de la debacle gubernamental y priísta de 1995, que hasta se daban el lujo de ignorar a sus críticos, a la vez que minimizaban a sus actuales socios en la Cámara de Diputados y potenciales aliados para las elecciones del próximo año. No estuvieron dispuestos a contemplar una alianza electoral para el Distrito Federal con el PRD, pues su triunfo les parecía más que evidente.

Son muchos los países en que un partido como el PAN constituye el pivote del poder político. Partidos mucho más pequeños que el PAN hacen toda la diferencia en la constitución y estabilidad de gobiernos como los de España, Italia, India e Israel. En todos esos casos, un partido con el 25% de los votos en un congreso o parlamento en el que nadie tiene mayoría absoluta, tiende a convertirse en la pieza más cotizada del mundo. Sin embargo, éste no ha sido el caso del PAN. Con excepción del discurso del líder del partido en la Cámara de Diputados el pasado primero de septiembre, los panistas se han conformado con jugar un papel secundario en el Congreso. El PAN ha sido más espectador que líder, más masa inerte que flexibilidad estratégica. Uno se pregunta si los panistas comprenden que, en esta lucha descarnada (y sin reglas) por el poder, cada acción entraña consecuencias y oportunidades. Este no sólo es un problema del liderazgo: es consecuencia de la naturaleza, historia y estructura del partido. Sin estrategia, el PAN no va a ninguna parte. ¿Podrá Fox darle esa visión al PAN?

La gran contradicción de las reformas económicas de los últimos tres lustros, reside en la incompatibilidad entre los mundos económico y político. Por décadas, el país vivió una clara coherencia entre una economía protegida y subordinada al gobierno, y un sistema político monopólico y dedicado al control sistemático de la población. La quiebra de ese esquema de desarrollo económico al inicio de los ochenta llevó a las reformas económicas, mismas que no vinieron acompañadas de una reforma política paralela. El sistema priista quería preservarse a través de la reforma económica. El PAN aceptó ese diseño y jugó bajo esas reglas. Ahora que ya tiene candidato para la presidencia, el PAN tiene la necesidad no sólo de ofrecer un discurso efectivo y soluciones de quince minutos, sino adoptar un nuevo paradigma que fuerce el proceso de conformación de un nuevo entramado político, capaz de darle viabilidad tanto a las reformas económicas, como a las demandas ciudadanas. Aunque parecería que el PAN es el partido que naturalmente podría articular una oferta liberal, es el PRI el que la ha venido avanzando.

Pero el hecho de que no la haya propuesto es sugestivo de los dilemas internos que enfrenta el partido. El PAN navega como una alternativa razonable y moderada al partido político que ha gobernado al país por décadas. Pero esa no es razón suficiente para ganar, como claramente se pudo observar en los comicios de 1997. El PAN es visto con reticencia y escepticismo por la población no porque sea un partido incompetente, sino porque no es evidente qué es lo que haría con el poder. Sus contradicciones filosóficas son flagrantes y su aparente incapacidad de perseguir el poder con toda la determinación que es necesaria le impiden convencer y, por lo tanto, ganar.

Cuando el PAN defina que realmente quiere el poder y pueda explicar para qué lo quiere, podrá convencer a la población. Su oferta política al día de hoy se fundamenta exclusivamente en una noción vaga de honestidad y alternancia en el poder. Aunque obviamente válida, la experiencia demuestra que no es insuficiente para aspirar al poder. Los ciudadanos saben lo que quieren y, sobre todo, saben lo que no quieren. Sólo así se puede explicar su comportamiento electoral a lo largo de los últimos años: desde la elección federal de 1994 hasta las estatales de 1999. Quizá nadie dude del PAN como partido, pero es evidente que tampoco muchos están dispuestos a confiarle el gobierno. Sólo con una oferta política distinta, oferta que convenza a los electores de la claridad de sus objetivos y capacidad para llevarlos a la práctica, podrá el PAN aspirar al poder. Mientras el PAN no resuelva estos dilemas, el partido seguirá siendo la mejor alternativa, pero no la realidad gobernante.

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Luis Rubio

Luis Rubio

Luis Rubio es Presidente de CIDAC. Rubio es un prolífico comentarista sobre temas internacionales y de economía y política, escribe una columna semanal en Reforma y es frecuente editorialista en The Washington Post, The Wall Street Journal y The Los Angeles Times.