Hace casi diez años aparecieron en México los senadores de lista. El 22 de agosto de 1996 se publicó un decreto que reformó diversos artículos de la Constitución, para integrar y renovar el Senado, y fue establecida, por primera vez en nuestro sistema legal, la figura de los “senadores de representación proporcional”. En dicha reforma se modificó el artículo 56 y, desde entonces, se establece que habrá 128 senadores, de los cuales 64 se eligen en cada entidad por el principio de mayoría relativa, 32 se otorgan a la primera minoría y 32 por el principio de representación proporcional, mediante el sistema de listas, votadas en una sola circunscripción plurinominal nacional.
La idea de los senadores de lista fue desde un principio muy criticada. Es un concepto contradictorio, que distorsiona la fórmula de representación y altera la justificación del sistema bicameral que establece nuestro pacto federal. Por definición, el Senado se integra por la representación paritaria de las entidades que constituyen las partes integrantes de la Federación; en contraste, los 32 senadores plurinominales, que por primera vez aparecieron en 1997, no representan a los estados y se altera con ello la naturaleza y la idea misma del Senado.éste es la Cámara del Federalismo. Tiene una naturaleza distinta de la Cámara de Diputados. No es, y no debe ser, su réplica en pequeño. La composición, su duración, la edad de sus integrantes, sus atribuciones, su tamaño y lo que representa, tiene una historia, una teoría y una explicación. La existencia de los senadores plurinominales, en un sistema auténticamente democrático, no se sostiene.
Surgieron como producto de una mala negociación política, al calor de la reforma electoral de 1996, conocida como la “reforma definitiva”, en la cual, de la noche a la mañana, irrumpe en nuestro sistema constitucional una figura coyuntural que, en los hechos, sólo ha demostrado que profundiza la partidocracia y aleja al Senado de su naturaleza como instancia de representación de las entidades. Desafortunadamente, nos vamos acostumbrando a las figuras y dejamos de reparar en los vicios y los errores que vamos arrastrando. Hoy, al ver las listas propuestas por los partidos para integrar la parte plurinominal del Senado, debemos preguntarnos: ¿queremos senadores de lista?, ¿los necesitamos?, ¿se justifica conservar esa figura?, ¿le aporta algo a nuestra democracia?, ¿sirven de algo? La verdad es que parece que no.
Con muy contadas y honrosas excepciones, los candidatos propuestos son: 1) producto de las corrientes y las burocracias internas; 2) de las negociaciones de las alianzas con partidos pequeños, que no serán votados por la gente; 3) de compromisos o pagos por favores recibidos; 4) premios de consolación y, 5), arreglos con sindicatos, grupos o corporaciones empresariales. Hay muy pocas personalidades. Los partidos en general no aprovecharon esas listas para postular a ciudadanos con gran prestigio y reconocimiento social. No postularon a científicos, intelectuales, artistas, escritores, académicos o juristas. No hay tampoco expertos en los nuevos temas que nos impone la realidad de un mundo competitivo y cambiante. Con una o dos excepciones, no hay líderes sociales ni símbolos de la lucha por la democracia.
Pueden gustar más las listas de un partido o de otro. Pero la integración de los plurinominales no resiste un análisis. Los partidos las hicieron pensando en sí mismos y no en los ciudadanos. Debemos entender que este alejamiento tiene consecuencias e implicaciones que de manera clara afectan el funcionamiento del sistema político. Las distorsiones generan nuevas distorsiones. Como ejemplo basta señalar que uno de los problemas más graves que han surgido en la última década es que las entidades se sienten poco representadas ante la Federación.
La expresión más clara de esta crisis de representación de las regiones es el surgimiento de la Conferencia Nacional de Gobernadores (Conago), que no puede verse como una práctica sana de nuestro sistema institucional, porque estamos ante un “órgano colegiado” que utiliza recursos públicos, toma decisiones políticas y carece de todo sustento legal. La Conago se ha convertido en una figura paralela al Senado, en la que los estados, en voz de sus gobernadores, distrayendo su tiempo y al margen de sus funciones, gestionan ante la Federación asuntos políticos, que institucionalmente deberían ser parte de la vida diaria del Senado. Sin duda, el Senado necesita, como muchas otras instituciones, una revisión institucional a fondo, que lo actualice y lo ajuste a la actual condición democrática. Empero, al margen de reflexiones más profundas, uno de los ajustes más obvios y naturales pasa por la necesidad de hacerlo más pequeño y más cercano a la representación de los estados y de la gente, y ello implica suprimir la figura de los senadores de lista.
Necesitamos un Senado que permita ejercer la política con mesura y prudencia. Decía Emilio Rabasa en su clásico La Constitución y la Dictadura que “…un cuerpo, cuanto más numeroso, es más imprudente, más audaz y más irresponsable; el Senado tiene que acogerse a la prudencia para evitar fricciones de trascendencias graves…” Pero las listas planteadas por los partidos políticos no nos acercan a ese ideal.
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