La crisis económica que comenzó afuera se ha complicado por el realineamiento que resultó de la reciente elección, creando la oportunidad excepcional de que todo mundo se esconda en un pasado idílico que nunca existió. México se está rezagando en todos los ámbitos al punto en que hasta muchas naciones africanas nos están rebasando. Frente a eso, la propuesta de solución que viene del gobierno y de la oposición se reduce a afianzar nuestras raíces, volver a lo elemental y olvidarnos de la necesidad de enfrentar la realidad. Ese no es un camino promisorio.
Escribiendo en otro contexto, Carlos Castillo Peraza, ese gran pensador y estratega que murió demasiado temprano, decía que lo que hay que darle a los hijos es raíces y alas. Esa también sería una buena prescripción para que el país enfrente con éxito el desafío que nos ha impuesto el momento actual.
Nuestras raíces son profundas e incluyen una historia, tradición y cultura que nos diferencian del resto del mundo. Sin embargo, en contraste con otras naciones, nuestros líderes han tendido a mirarlas como un refugio y no como una plataforma de despegue, limitando nuestras opciones hacia el futuro. Vivimos con miedo de quebrantar el privilegio: las raíces acaban siendo bonsái que impiden transformaciones audaces.
La crisis por la que atravesamos no parece haber sido suficientemente profunda como para sacudir conciencias y provocar la necesaria revisión de las estrategias y perspectivas de desarrollo de los últimos años. En lugar de esfuerzos, renuncias y ánimo de triunfo, lo que tenemos es liderazgos marchitos y falta de visión. Por parte del gobierno lo que se plantea es más de lo mismo no porque haya funcionado sino porque constituye un muro de contención frente a los riesgos de intentar algo adicional. Por parte de la oposición se comienzan a escuchar, de nuevo, los tambores de guerra que anticipan propuestas militantes de gasto, déficits, protección y subsidios. Los primeros no han aprendido que es necesario construir nuevas formas de avanzar la agenda del desarrollo del país porque lo que se ha hecho, si bien es necesario, ha sido claramente insuficiente. Los segundos no tienen más imaginación que la de traer de vuelta las agendas que condujeron a las crisis de los setenta a los noventa. El país necesita un cambio, pero no el que estos proponen.
Parte de nuestro problema, y de nuestras carencias, reside en la recesión misma: nadie parece reconocer es que ésta ha exhibido fisuras estructurales y rezagos monumentales que nada tienen que ver con la crisis misma. No cabe duda que la parte moderna de la economía, esa que se contrajo súbitamente debido a la caída de la demanda por nuestras exportaciones, se reactivará en algún momento. El problema verdadero es que el resto del país, el resto de la economía, ha quedado fuera de todo esquema de viabilidad. Es tal nuestro rechazo a los referentes relevantes del resto del mundo que hemos acabado perdiendo la brújula. Por ejemplo, según la ONU, en México sólo el 21% de la población tiene acceso a una computadora en comparación con el 64% en Marruecos o el 43% en Chile. En el caso de acceso a Internet, la cifra para México es 20% mientras que para Marruecos y Chile son 46% y 37% respectivamente (UN, The Global Information Society, NY 2008). No es que estos números digan toda la historia, pero si ilustran la perdición en que hemos caído. En lugar de avanzar, estamos caminando hacia atrás.
El primer gran problema reside en que en todos estos cálculos no existe el ciudadano, que debería ser la razón de ser del desarrollo. Nuestros gobernantes suponen que están haciendo todo lo necesario para que el ciudadano prospere, pero lo último que quieren es que éste participe o decida. Desde su perspectiva, ellos son iluminados y saben lo que se requiere sin jamás reparar en la posibilidad de que eso pueda no conducir al objetivo deseado o que no sea lo que el ciudadano desea o necesita. El hecho de la migración hacia EUA es más que sugerente de que la población, mucha de ella la más pobre, tiene absoluta claridad de dónde está lo que quiere: en la modernidad que representa la economía vecina.
Desde la perspectiva del ciudadano la cosa se ve muy diferente. Décadas o siglos de sumisión e imposibilidad de acceso le han enseñado a apechugar y aceptar lo inevitable, protegiéndose tanto como puede para evitar ser arrollado en el camino. En la época colonial acataba pero no cumplía y en la era moderna simplemente se va por la libre a la economía informal. Se trata de dos manifestaciones de un mismo fenómeno. Pero ahora eso ya no es suficiente para ninguna de las partes: no lo es para los gobernantes o quienes aspiran a gobernar porque, mal que bien, ahora enfrentan a un electorado más activo y dispuesto a imponer su voluntad; y no lo es para el país en su conjunto que no se puede abstraer, por más que se pretenda, de las corrientes que caracterizan al mundo y, sobre todo, a la cada vez más importante y dominante economía del conocimiento que está modificando todos los referentes del desarrollo, creación de riqueza y generación de empleos. Hay límites que la voluntad política no puede modificar.
Al ciudadano no le importan los dilemas que enfrenta el gobernante o si existen riesgos de emprender tal o cual camino. Al ciudadano sólo le importa el bienestar de su familia definido éste en términos de ingreso, seguridad, empleo y tranquilidad. Como ilustra la migración, el ciudadano sabe, o por lo menos intuye, que el país no está construyendo los cimientos de un país moderno y que no existe el liderazgo necesario para romper con los obstáculos al desarrollo. La ciudadanía está hambrienta de oportunidades y así como mucha de ella vio en López Obrador una posibilidad, ahora ve hacia el pasado que representa mucho del PRI. La mayoría sabe que ahí no está la salida, pero sus opciones se reducen a un voto.
El mundo avanza hacia una nueva etapa económica donde lo que importa es el valor que agrega la creatividad y el raciocinio, y la crisis actual está acelerando esos procesos de una manera incontenible. Países con menos raíces han logrado avances inusitados porque han desarrollado una visión de grandeza. Los de más raíces nos han arrollado. Nosotros no estamos aprovechando el momento para redefinir los vectores de nuestro desarrollo ni para terminar con los impedimentos, tanto mentales como reales, que lo obstaculizan. Si una crisis de estas dimensiones no lo hace, nada lo hará. Lo que al país le urge son alas. Lo que nos recetan nuestros líderes son raíces. Eso no nos va a sacar del hoyo en que hemos caído y que nos empeñamos en profundizar.
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