La carrera para ganar escaños en las elecciones intermedias ya empezó. Y el mejor indicador es que, tanto el gobierno de Miguel Mancera en el DF como el PAN, han buscado un tema atractivo, popular y fácil de comunicar: elevar el salario mínimo en México.
El problema no es que quieran que todos los mexicanos que trabajan tengan un piso mínimo. Esta es una aspiración no sólo mexicana, sino mundial. Hace unos meses algunos suizos querían que su país tuviera el salario mínimo más alto del mundo (25 dólares por hora), y en países como Alemania, Inglaterra y Estados Unidos hay siempre una forcejeo constante para elevar la percepción mínima de los trabajadores.
El problema es que, quizás por la premura de los tiempos políticos y quizás porque llevamos años sin tener un debate serio al respecto, los argumentos que hasta ahora se han utilizado no resisten un análisis. Lo que se escucha es: “el salario mínimo no es suficiente para vivir con la canasta básica alimentaria”, “elevar el salario mínimo es lo justo”, o que aumentarlo “elevaría la calidad de vida de los mexicanos de bajos ingresos”.
Pero, ¿qué sería un debate serio al respecto?
Sería discutir cómo la informalidad limita la productividad, qué podemos hacer para que la inversión extranjera sea un motor para el crecimiento, y cómo poder generar, en poco tiempo, las competencias en capital humano que las empresas requieren. Sólo en este contexto y suponiendo que el valor del trabajo sea mayor a lo que se paga por él, podríamos entonces discutir la viabilidad de un salario mínimo más alto.
Un debate serio también pondría en perspectiva los casos de otros países y no sólo tomaría ejemplos descontextualizados a conveniencia. Así como hay países donde un mayor salario no generó ni inflación ni desempleo, hay otros donde esto sí sucedió. También hay casos donde se buscaba beneficiar a empleados que perdieron su trabajo, casos donde se aceleró un proceso de sustitución de capital por trabajo, y casos donde la informalidad creció. México también ha tenido su experiencia propia con la fijación de precios: como cuando el tipo de cambio era fijo (antes de 1994). Y así nos fue.
Finalmente, un debate serio implicaría hacer un análisis amplio sobre los mexicanos, la productividad y los ingresos. Hay muchas áreas donde el salario mínimo (aunque se eleve) no es ni será un referente, ni habría forma de implementarlo. Por ejemplo, entre meseros y despachadores de gasolina. Establecer un salario mínimo de forma responsable tendría que pasar por un análisis de la productividad de diversas actividades económicas.
Aumentar la productividad, encontrar medidas efectivas para tener un país con igualdad de oportunidades, atraer inversión en industrias de alto valor agregado, pasar de títulos universitarios a competencias profesionales, y dejar de ponerle trabas a las empresas es lo que se necesita, y esto requiere de la planeación y trabajo que muy pocos actores están dispuestos a poner.
Que hay que aumentar el salario mínimo “porque sí” lo puede decir quien sea. Incluso lo puede decir el PAN, a la vez que contradice sus principios básicos. El verdadero riesgo de las elecciones intermedias es perder muchos meses en propuestas demagógicas, que de implementarse pueden tener efectos potencialmente caros y que distraen la atención de los temas cruciales.
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