Si uno hace una búsqueda en internet sobre los Tratados de Libre Comercio con Perú y Brasil o la ampliación del TLC con Colombia, encontrará que las notas más visibles son negativas y en su mayor parte están relacionadas con el sector agrícola: “Frente común del sector agropecuario contra el TLC” o “Una amenaza para el campo mexicano”.
No es extraño que esto sea así. Los grupos que consideran que podrían ser afectados por una mayor competencia se pueden coordinar fácilmente para articular estrategias de comunicación y cabildeo con el fin de mantener el statu quo.
En la opinión pública, el discurso en contra de la apertura comercial siempre toca fibras sensibles por una simple razón: hay historias de personas que pierden su empleo o se ven forzados a cerrar su fábrica. Y cuando esto sucede en el campo, es peor porque muchas personas viven del mismo cultivo, y es en el área rural donde se encuentran los mayores rezagos en nuestro País.
Sin embargo, del otro lado de la moneda están los consumidores. Millones de mexicanos reciben los beneficios de la apertura comercial. Una mayor competencia trae consigo innovación y productividad que se traducen en mejores productos y menores precios. Pero el problema es que estos beneficios se distribuyen entre millones de consumidores anónimos que difícilmente pueden coordinarse para articular una estrategia de comunicación. Sería extraño ver a millones exigiendo un tratado de libre comercio para obtener un mejor precio en cierta verdura, por ejemplo.
En el caso concreto de los TLCs con Brasil, Colombia y Perú, el Centro de Investigación para el Desarrollo (CIDAC) llevó a cabo un ejercicio con la finalidad de identificar qué cultivos podrían verse beneficiados con cada uno de los acuerdos potenciales. Lo que vemos es algo parecido a lo que se observa en otras industrias: no hay blanco o negro, sino una gama de grises. Cada tratado es diferente, en todos tenemos debilidades y fortalezas y cada uno ofrece diferentes oportunidades para México.
Así, aunque en la prensa sólo veamos casos en los que por no ser competitivos se perderían empleos debido a nuestra menor competitividad, la realidad es que también hay oportunidades importantes para los productores mexicanos. Para documentar el optimismo, vemos que, en comparación con Brasil, México es más productivo en 17 cultivos (medido como producto entre hectárea) de los cuales en 5 produce más; es el caso de las fresas, melones y toronjas. En comparación con Colombia, México es más productivo en 23 cultivos, y en 20 de ellos supera a Colombia en producción. Entre éstos están aguacates, ajo, cebada, cebolla, pimientos, lechuga, lentejas y toronjas. Por último, cuando nos comparamos con Perú, somos más productivos en 24 cultivos, de los cuales en 21 producimos mayor cantidad que los peruanos. Este es el caso del aguacate, algodón, pimientos, fresas, garbanzos, lechugas, lentejas, limones, papaya y pepino.
Si bien hay muchas otras variables que considerar al firmar un TLC, lo relevante es que los mexicanos tengamos la mayor cantidad de información precisa.
Frente a la complejidad de cada negociación comercial, el Gobierno es el único que puede articular una estrategia por ser el que puede ver el panorama completo. Asimismo, una vez implementado el tratado, se vuelve más urgente lograr condiciones que nos permitan competir en mejores circunstancias que las actuales: estado de derechos, infraestructura, competencia en el sector de servicios, menos trámites innecesarios, etc.
Defensores del TLC: se buscan.
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