Seguridad pública y sentido común. La suma de estos dos conceptos explica el enorme éxito de Rudy Giuliani en el combate a la criminalidad como alcalde de la ciudad de Nueva York. En materia de unos cuantos años, la ciudad que vivía presa de los embates de la criminalidad y la inseguridad, pasó a ser ejemplo de transformación no sólo en términos económicos, sino también de autopercepción. Aunque en el proceso se emplearon múltiples técnicas e instrumentos administrativos innovadores, la verdadera transformación fue resultado de algo muy simple: el uso del sentido común.
En su reciente libro Príncipe de la Ciudad, el connotado académico e historiador de temas urbanos, Fred Siegel, analiza con detenimiento el desempeño de Giuliani al mando de una de las ciudades más complejas del mundo. En su descripción de la problemática de la criminalidad y la forma en que el ex alcalde la combatió, Siegel relata los pormenores de una conferencia al inicio de su gestión en la que Giuliani y otros tantos alcaldes de ciudades importantes de Estados Unidos (incluyendo Boston, Miami y Los Angeles), abordaron el tema delincuencial. Mientras que el grueso de los alcaldes adoptó la línea tradicional que sostiene que el criminal es víctima de sus circunstancias (sobre todo de cambios económicos abruptos) y, por tanto, no se le puede combatir de manera frontal sino que se requieren mecanismos de educación, reentrenamiento e integración, Giuliani respondió con un planteamiento radical.
Para Giuliani, según lo cita Siegel, el tema medular es el cumplimiento de la ley y el fortalecimiento de los mecanismos para hacerla cumplir. Desafiando no sólo a sus colegas en el panel sino a lo que hasta entonces era el dogma policiaco predominante, Giuliani afirmó que el desempleo y la falta de oportunidades económicas no explican el crecimiento de la criminalidad y dio como ejemplo los años de la depresión en aquel país, periodo en el cual los índices de criminalidad no ascendieron a pesar de que el deterioro económico y en el empleo fueron extremos. De hecho, afirmó el alcalde neoyorquino, “la economía ha sido débil y ha sido fuerte, pero ninguno de esos periodos se correlaciona con la incidencia criminal”. Para Giuliani, los criminales, como todos los ciudadanos, tienen que cumplir con la ley y ser responsables ante la sociedad de su cumplimiento.
Es decir, aunque en su administración de la ciudad incorporó un sinnúmero de técnicas modernas para el acopio, organización y diseminación de la información tanto policiaca como criminal e introdujo un sistema de incentivos que premiaba el buen desempeño (que se traducía en la disminución de la criminalidad), el verdadero cambio de Giuliani fue de sentido común. Estuvo dispuesto a romper con los dogmas prevalecientes y a retar al establishment político como punto de partida para la transformación de la ciudad. En ello residió su extraordinario éxito.
Por décadas, la ciudad de Nueva York había experimentado un severo deterioro que Giuliani de inmediato asoció con los enormes y poderosos intereses, sobre todo sindicales, que controlaban la educación, los servicios urbanos y el transporte de la localidad. Además, el establishment intelectual y académico había hecho suyas no sólo las posturas de esos intereses sindicales en su lenguaje y discurso político, sino que había convertido en verdades absolutas dogmas como el que la criminalidad y la situación económica o el desempleo iban de la mano. Para Giuliani, tanto los sindicatos como los intelectuales habían caído en una trampa de la que no estaban dispuestos a salir y sólo retándolos con el sentido común sería posible llevar a cabo una transformación económica de la ciudad, misma que tendría su punto de partida en el fin de la criminalidad.
En la práctica, Giuliani se propuso llevar a cabo dos cambios. El primero consistió en “recuperar” la ciudad, lo que implicaba restablecer el orden y las reglas del juego para el comportamiento tanto de las policías como de la ciudadanía. Para hacerlo, partió del principio filosófico en el que se articula el libro de George Kelling (Ventanas Rotas), cuyo argumento central sostiene que cuando uno deja de atender y reparar las cosas pequeñas (un vidrio que se rompe, un foco que se funde, alguien que se pasa una luz roja de semáforo, ignora una prohibición de tránsito o se estaciona en lugar indebido) poco a poco se deteriora el entorno hasta que todo el orden social se colapsa (sounds familiar?). De esta manera, Giuliani introdujo una serie de medidas que, a pesar de su simpleza, comenzaron a transformar todo el entorno: inició siendo implacable con las reglas más elementales del juego en la convivencia urbana. Penalizó cosas tan simples como el estacionarse en lugares prohibidos, el bloqueo de una bocacalle cuando el tráfico impide pasar al otro lado, cruzar de acera fuera de los lugares expresamente determinados para eso y así sucesivamente. Cuando la gente comenzó a sentir que alguien estaba efectivamente a cargo, toda la concepción de la ciudad cambió. Pero el cambio más importante consistió en que todos se hicieron intolerantes al crimen y el desorden. Para su propia sorpresa según relata Siegel, el propio Giuliani se asombró de la celeridad con que la población comenzó a reaccionar.
Un segundo camino para Giuliani fue atender las fuentes de la criminalidad. Tanto él como el jefe de la policía se metieron directamente con las mafias, pandillas y bandas criminales y, como diríamos aquí, les leyeron la cartilla: “deja las drogas, abandona el alcohol, deja de sentirte víctima y consigue un empleo”. A los policías también les tocó su parte: les hizo ver que su trabajo, y su compensación, dependería de su capacidad para disminuir la criminalidad, razón primera y última de su función. El alcalde los apoyaría y defendería hasta el final, siempre que no cayeran en la tentación de la corrupción, las drogas u otros negocios paralelos.
Cada contexto específico tiene su propia dinámica, pero la principal lección que arroja el caso Giuliani en Nueva York es que lo que importa y determina el éxito es simple y llanamente el sentido común. El gobierno de Felipe Calderón parece entender que es necesario romper los círculos viciosos que llevaron a la situación que hoy vivimos y que acompañan y hacen posible la criminalidad. La clave, como ilustra Giuliani, reside en la concepción y la estrategia y esos parecen ser los puntos fuertes del gobierno. Ahora falta que lo mismo ocurra en la ciudad de México.
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