Entorno contencioso. Partidos alebrestados. Gobierno serio y profesional pero sin un sentido político. Una realidad que se resume en la ausencia de una estrategia de desarrollo o de la visión que de ahí se derive. A poco más de un año del momento político más delicado en la historia moderna del país, el gobierno del presidente Calderón ha logrado estabilizar la política nacional y ha mantenido control sobre las principales variables económicas pero no ha logrado avanzar más que en temas aislados. En lugar de contar con un proyecto amplio, claro, convincente y creíble que establezca un rumbo y sume a los partidos y a la población en un esfuerzo común –y que cambie la lógica perversa del mundito político-, el gobierno se ha dedicado meramente a mantener el bote a flote. Ese tipo de camino no lleva sino al cadalso, como ilustra patéticamente la administración anterior.
Aunque ha habido mejoría en muchos frentes, el país lleva años a la deriva. A diferencia de los setenta y ochenta, el país goza de estabilidad financiera, lo que garantiza que no habrá crisis, un valor inapreciable para millones de familias mexicanas. Sin embargo, una sociedad joven y con el perfil socio económico de la mexicana no se puede permitir aceptar la estabilidad económica como un fin en sí mismo. La economía mexicana requiere de una estrategia integral de desarrollo que garantice tasas elevadas de crecimiento económico, fuentes de empleo y oportunidad para toda la población. Si una lección arroja la contenciosa disputa electoral del año pasado esa es que la población está harta de la mediocridad, de la parálisis, de la falta de oportunidades y de los privilegiados que abrevan de esta situación.
El presidente Calderón inició su gestión sin la certeza de que podría concluirla. Tan polarizado estaba el ambiente que su única opción realista y razonable al inicio era la sobrevivencia. Esa lógica le llevó a optar por una estrategia de conciliación política, combate frontal a la criminalidad y a la adopción de medidas y políticas con las que su oposición se sintiera cómoda. La estrategia fue tan exitosa que en unas cuantas semanas logró no sólo garantizar su sobrevivencia sino también cosechar un elevado apoyo y reconocimiento por parte de la población en general.
Se dice fácil, pero hace un año prácticamente nadie pronosticaba que el presidente se consolidaría con tal celeridad. El que lo haya logrado es prueba de la claridad con que él mismo comprendió el momento y supo responder a las circunstancias con excepcional liderazgo. Con la perspectiva que da el tiempo parece obvio que una población de la que se ha abusado tanto por tantos siglos supo de inmediato reconocer que lo crucial era contar con un gobierno claro de miras y efectivo en su actuar en lugar de continuar con el sainete de la legitimidad electoral. Aunque no hay duda de que trabaja intensamente, el problema es que una vez lograda su consolidación el gobierno parece haberse quedado sin proyecto.
La ausencia de una estrategia de desarrollo ha sido la constante en los últimos años. Una estrategia de desarrollo implicaría la fijación de un objetivo y la articulación de un conjunto de políticas conducentes a lograrlo. Cuando un gobierno construye una estrategia de esa naturaleza y la comunica debidamente, la población se entera de lo que el gobierno busca lograr y, de gustarle, se suma al proyecto, convirtiéndose en su principal fuente de sustento y legitimidad. Quizá más importante, cuando existe un claro sentido de dirección que es reconocido y compartido por la población, la construcción de cada escalón en el proceso se torna en un paso intermedio que adquiere sentido dentro del conjunto. En sentido contrario, la ausencia de una estrategia se traduce en batallas campales permanentes hasta por la menor nimiedad.
Nada ilustra mejor la falta de una estrategia de desarrollo que la negociación fiscal de las últimas semanas. El gobierno se limitó a plantear una propuesta modesta, poco ortodoxa y estrictamente recaudatoria porque no tiene un proyecto general dentro del cual se pudiera inscribir algo más ambicioso, constructivo y congruente con el crecimiento económico de largo plazo. Incapaz de presentar el tema fiscal como un paso dentro de un proyecto integral, su propuesta acabó siendo canibalizada por todo tipo de actores: los empresarios para proteger sus intereses y los partidos políticos para intercambiarla por una escandalosa iniciativa de ley en materia electoral. De esta manera, en lugar de avanzar hacia un objetivo trascendente, acabamos con un conjunto de parches en materia fiscal y con un gobierno que se asume vulnerable en su interacción con el legislativo.
El electorado mexicano está ansioso de tener claridad de visión y mando: quiere y tiene que saber hacia dónde se propone avanzar el gobierno y cómo ese objetivo se va a traducir en beneficios tangibles para la población. Independientemente del mérito o viabilidad de su propuesta, el atractivo de López Obrador residía precisamente en el hecho de que propuso una visión cautivadora de lo que el país podía ser; de no haber sido por lo insensato de su propuesta económica, estoy seguro de que hubiera arrollado en las elecciones. El gobierno del presidente Calderón tiene que construir una visión que entusiasme a la ciudadanía y obligue al congreso a sumarse a su proyecto. Más de lo mismo no es opción.
Una estrategia de desarrollo aclararía el panorama no solo para la ciudadanía. El propio gobierno súbitamente tendría a su alcance definiciones precisas de qué se vale y qué no; cada secretario sabría que hacer y tendría que dejar de pretender que las cosas cambiarán por sí mismas. Resultaría inmediatamente claro quienes son aliados potenciales y quienes no; qué estrategia fiscal (impuestos y gasto) contribuye a avanzar su objetivo y cuál no. Sobre todo, una estrategia de desarrollo permitiría enfocarse hacia el futuro, dejando atrás los vicios, mitos y obstáculos que hoy son materia de su actuar cotidiano.
Por muchos años, el gobierno se ha dedicado a proteger la planta productiva existente, con todo lo que eso implica: sindicatos abusivos, empresarios rapaces y burócratas corruptos. Lo ha hecho, al menos en parte, porque al no haber una estrategia integral, los riesgos de sacrificar lo ya existente así como la oposición de quienes se benefician del statu quo resultan insalvables. Pero esa manera de proceder no ha hecho sino condenar al país al conflicto, el estancamiento económico y a la frustración permanente de toda la población.
Hay una mejor manera de salir avante por la que el país clama. Es tiempo de cambiar.
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