El desarrollo no ocurre por ósmosis ni por arte de magia: el desarrollo se construye de manera deliberada. Esa construcción puede ser resultado de una estructura legal e institucional que, por sí misma, crea las condiciones e incentivos para que la población y los mercados respondan, tal como ilustran las sociedades que comúnmente conocemos como “desarrolladas”. También puede lograrse a partir de una estrategia consciente de desarrollo que un gobierno articula tanto para acelerar un proceso socioeconómico como para suplir las carencias institucionales de su sociedad.
En una palabra, todas las sociedades pueden lograr el desarrollo si alinean sus estructuras, organizaciones y recursos en torno al objetivo deseado y la economía digital no es excepción.
A estas alturas, nadie tiene la menor duda de que el futuro del mundo va a estar estrechamente vinculado con la economía digital y con las tecnologías de la información. Las dudas se encuentran en otra parte, sobre todo en cómo hacer que las oportunidades de desarrollo que estas tecnologías prometen se distribuyan de una manera equitativa.
Dado nuestro atraso tecnológico en casi todos los frentes y la desigualdad que caracteriza a nuestra población, la pregunta clave es si es posible convertir a la revolución digital en una oportunidad para transformar a la sociedad mexicana de tal forma que se haga efectiva la igualdad de oportunidades tan prometida y poco lograda.
Un criterio por definir
Una pregunta subsecuente, pero central al debate de la era digital, es si es posible dejar que sean las fuerzas del mercado las que determinen el devenir digital del país o si, por el contrario, es necesaria una estrategia de política publica, de hecho, una política de Estado, en la materia.
Estas interrogantes no son ociosas. La economía digital ofrece la oportunidad de transformar a la sociedad mexicana en una sola generación de una manera en que ninguna otra circunstancia o tecnología lo podría permitir de manera natural. Así como la Revolución Industrial diferenció a las sociedades europeas y le confirió excepcionales ventajas a las naciones que la asumieron de inmediato, principalmente Inglaterra, la revolución digital es la oportunidad de nuestra era. Las naciones que logren aprovecharla y convertirla en el vehículo para su transformación serán los países desarrollados del mañana. En sentido contrario, aquellas naciones que desaprovechen la oportunidad, seguirán en los círculos viciosos del subdesarrollo. De ese tamaño es el reto.
La Revolución Industrial rompió con los moldes, estructuras productivas y mecánicas organizacionales de una manera tajante. Casi de un momento a otro, la forma de agregar valor se transformó y creó oportunidades trascendentales para las naciones que entendieron el fenómeno como una circunstancia excepcional. Pero el tema nodal es que en un momento dado todas las naciones eran iguales frente a una revolución que se presentaba en el horizonte; unos cuantos años después, las diferencias entre las naciones eran abismales. Lo mismo ocurre en la era digital.
Los países vanguardistas
En las últimas décadas, las sociedades se han diferenciado por la celeridad con que transforman sus estructuras internas para incorporar el cambio en su vida cotidiana. Para algunas naciones el paso fue casi automático: su tren de desarrollo prácticamente las obligó no sólo a aceptar las nuevas tecnologías, sino también a ser activos partícipes del proceso de construcción de la nueva era económica. Quizá el prototipo más evidente sea Finlandia, país con elevados niveles de educación, mínimas desigualdades sociales y toda una economía dedicada a la adopción y adaptación sistemática de nuevas tecnologías. Pero el fenómeno se puede apreciar en una amplia diversidad de naciones que con gran rapidez se incorporaron a la era digital: Singapur, Corea, Suecia, Israel, Irlanda. Otras más comprendieron el fenómeno y desarrollaron estrategias para acelerar sus propios procesos y saltar etapas en el camino: ahí está igual Estados Unidos que Francia, Japón y Chile.
La apuesta por igualar
Mientras que la economía industrial diferencia a la población por funciones y por su lugar en la estructura social, la economía digital abre las puertas como el gran igualador potencial. La economía digital se nutre y depende de la capacidad creativa de las personas y ésta no está concentrada en las clases adineradas de una nación ni depende de los recursos con que una persona llegue al mundo. Desde luego, hay otros factores, como la educación y la infraestructura de que se dispone, que pueden convertirse en factores insalvables para que una persona que, en otras circunstancias, habría podido desarrollar su capacidad al extremo de la genialidad, se quede rezagada frente a otras menos capaces. Y esa es la responsabilidad esencial del gobierno.
El tema es, pues, cómo aprovechar la oportunidad que ofrece la economía digital. Como se apuntaba al inicio, hay dos maneras de enfocar el tema. Una es confiando en que nuestras estructuras institucionales y legales –además de las económicas – son los suficientemente fuertes como para propiciar una acelerada transformación del país a partir de las tecnologías digitales; la otra implicaría desarrollar una política pública expresamente diseñada para inducir la adopción de las tecnologías digitales, igualar las condiciones para que toda la población –independientemente de su origen social, condición económica o localización geográfica– tenga la misma oportunidad de acceder a las nuevas tecnologías y, con eso, a las posibilidades que entraña semejante empresa.
La ventana de oportunidad
El reto para México consiste en definir cómo se puede acelerar el proceso de transformación económica a partir de las tecnologías de la información. Cualquier visión objetiva respecto al pasado y a nuestra condición social revelaría de inmediato que el país no se encuentra en condiciones para suponer que por el mero hecho de que existan las tecnologías, la población las va a adoptar. El país tiene que crear una estrategia de desarrollo que parta de la oportunidad que entraña la economía digital. Deberá ser un proceso de adopción acelerado de la tecnología que elimine los obstáculos de nuestra actual estructura económica y social, para crear una plataforma que haga efectiva la igualdad de oportunidades.
La economía digital abre una gran puerta para que el país no sólo entre en la era del nuevo siglo, sino que salte etapas y resuelva algunas de nuestras peores lacras, comenzando por la que representa la desigualdad de oportunidades.
Como todas las ventanas de oportunidad, ésta no será eterna. Más vale que el país adopte una estrategia capaz de lograr una transformación antes de que la ventana desaparezca. Y esa es una responsabilidad que solo el gobierno y sus estructuras de regulación pueden asumir.
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