Existe una industria en México que además de generar empleos, tiene la capacidad para posicionar al país en el mapa mundial, atraer turismo y generar un paisaje en el imaginario colectivo donde se entremezclan artesanos, agricultores y emprendedores. Se trata de nuestra industria del vino.
La historia del vino en México ha ido de la mano con la historia nacional. Hernán Cortés promovió personalmente el cultivo de la uva, y la Nueva España fue el primer lugar en el continente donde este se produjo. Porfirio Díaz quería que hubiera al menos un viñedo en cada estado del país. Y poco más de cien años después, el vino mexicano gana premios mundiales pero es aún un secreto bien guardado y sigue enfrentando barreras importantes.
Es difícil encontrar cifras sobre la producción y el consumo de vino en México. Sin embargo, los especialistas coinciden en que nuestro consumo per cápita sigue siendo muy bajo pero va en aumento, sobre todo entre jóvenes. La mayoría del vino que se produce en el país proviene del Valle de Guadalupe, en Baja California, pero tenemos también excelentes viñedos en Coahuila, Aguascalientes, Querétaro y Guanajuato. Y aunque el vino mexicano tiene fama de caro, la realidad es que hay buenas opciones en todos los rangos de precio.
¿En cuántas industrias en México podemos presumir de tener campeones mundiales? Hace apenas unos meses, Casa Madero ganó con su Chenin Blanc 2012 y Chardonnay Blanc 2012, oro y plata en la categoría de mejor vino seco, en el concurso Vinalies Internationales 2013. Muchas otras producciones vinícolas en el país también están ganando premios importantes. Que el gobierno y el sector privado no lo estén vociferando es una oportunidad perdida.
El potencial de crecimiento de consumo de vino en el país es enorme y hay casas vinícolas que están trabajando en acercarse a nuevos consumidores haciendo del vino una bebida más amigable. Por ejemplo, Monte Xanic está incluyendo un código QR en sus botellas para que con un teléfono inteligente se pueda acceder a todo tipo de información, mientras que Santo Tomás ha añadido a la etiqueta de sus productos un diagrama que explica el sabor de cada uno y como “maridarlo” con alimentos.
Además de empresas de gran historia como Casa Madero, tenemos emprendedores que han cambiado las reglas del juego. El caso más destacado es el de Hugo D’Acosta, quien entendió que para crecer la industria había que literalmente hacer escuela y fomentar el surgimiento de muchos pequeños productores (¡más competencia!), algo contra-intuitivo en un país de monopolios, donde prevalece la idea de que hay que suprimir al competidor, no alentarlo. A través de “La Escuelita”, D’Acosta ha apoyado a cientos de productores para que maquilen su propio vino.
Como sucede en Israel, nuestros empresarios del vino han creado un “oasis en el desierto”, luchando contra la escasez de agua. Tanto el Valle de Guadalupe como otras zonas se ven amenazadas cada vez que surgen nuevos desarrollos inmobiliarios como sucede en Ensenada, por ejemplo. Otra barrera es la pesada carga tributaria, pues el sector paga 25% de IEPS además de ISR, algo que al menos debería debatirse si el gobierno realmente valorara la importancia económica y simbólica de esta industria.
En una entrevista en Diario del Vino se le preguntó a Hugo D´Acosta por las cifras a lo que contestó “lo importante es su potencial, que debería de representar cuatro o cinco veces los números actuales”.
El vino mexicano puede hoy ser motivo de orgullo nacional, un referente de que sí se puede. Hacia el futuro puede ser una industria mucho más pujante, o puede continuar siendo uno más de los diamantes en bruto que poseemos, una industria que triunfa, sí, pero a pesar del país. Démosle, como consumidores y autoridades, la oportunidad que se ha ganado a pulso.
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