Los contextos no matan, afirmaba el padre de Luis Donaldo Colosio hace unas semanas, pero sí destruyen tanto como las balas y, en algunos casos, mucho peor. La creciente sucesión de escándalos que hemos atestiguado los mexicanos recientemente, ha dejado azorado hasta al más paciente. Los políticos viven atemorizados ante el siguiente video, en tanto que la población, más allá de gozar el espectáculo en lo inmediato, comienza a preguntarse eso que decía, o implicaba, el padre de Colosio: y después de todo esto ¿qué?
Es tiempo de comenzar a reflexionar sobre las implicaciones del “contexto”.
1. La descomposición política es evidente a todas luces. La destrucción incremental de toda noción de civilidad política y de respeto a la integridad personal de los actores políticos puede ser benéfica y hasta atractiva para los contrincantes, pero sume a todo el sistema político en una situación de violencia al menos verbal que inevitablemente tendrá consecuencias. Nada le garantiza a quien produce un video o lanza una acusación no ser la víctima del siguiente escándalo. Una vez rotos los parámetros de la etiqueta política, el cielo –o, en este caso, el infierno- acaba siendo el límite de la descomposición.
2. Los escándalos tienen consecuencias. La consecuencia más inmediata es por demás obvia para quienes los promueven, toda vez que debilita o aniquila a un contrincante político. Sin embargo, ¿alguien está pensando en las consecuencias no inmediatas? Lo fácil es desentenderse de las reacciones en cadena que un escándalo motiva, pero esas reacciones son reales e inevitables. Una persona que haya sido victimada por un escándalo, así sea plenamente culpable, pierde todo incentivo para actuar dentro de los marcos legales o institucionales. Quien ha perdido toda oportunidad de proseguir su carrera política ya no tiene nada que perder, lo que le puede orillar a cualquier cosa, sin límite.
3. El clima de antropofagia que priva en el país sin duda representa un cambio radical respecto al pasado, pero no todos los cambios se traducen en mejoría. Hoy en día todo se vale en la política mexicana y no hay costo para nada. El cinismo crece de manera proporcional a los escándalos. Quienes han sido victimados tratan de distraer la atención de sus actos de corrupción hacia aquellos que tomaron o distribuyeron la información o el video respectivo, cuando lo verdaderamente grave e inaceptable es la corrupción misma. La ausencia de escrúpulos es flagrante: no sólo para quienes son parte de la corrupción o, incluso, para quienes la evidencian para sus propios fines, sino también para quienes lanzan amenazas al aire como medio de distracción. Por encima de todo, uno se pregunta, luego de tanto gasto, ¿para qué está el poder judicial?
4. Hay distracciones que no son, ni pueden ser, aceptables bajo ningún concepto. El político que ha sido victimado de manera directa o indirecta busca controlar el daño y salir avante para proseguir con su propia carrera; en ello no hay nada criticable ni malo, siempre y cuando el modo que adopte para intentar controlar el daño no lleve la descomposición a niveles todavía más elevados. El asesinato de Luis Donaldo Colosio constituyó uno de los momentos más críticos y potencialmente caóticos de la vida política nacional y eso que ocurrió en un momento en el que existía capacidad de conducción política. Recurrir a la amenaza implícita de un martirio es inaceptable y punto: la irresponsabilidad de semejante estrategia no tiene medida.
5. Una contienda política, en cualquier lugar, supone una buena dosis de confrontación. Para eso son las contiendas: para presentar posturas, medir la calidad de los contendientes, evaluar su carácter y capacidad de decisión. El conflicto es parte del proceso. Pero una cosa es el conflicto inherente a todo debate público y otra muy distinta es la descalificación a ultranza de los oponentes. La corrupción es intolerable e inaceptable, pero en lugar de convertirse en el tema central del ejercicio cotidiano del poder judicial, los políticos la han convertido en un instrumento de acción política: lo importante no es la corrupción, sino el hecho de exhibirla. El propósito de quien la exhibe nada tiene que ver con la necesidad de erradicarla, sino con destruir a su adversario. La evolución de Venezuela en las últimas décadas, y de Argentina en los últimos años, muestra lo que puede ocurrir cuando los partidos políticos se destruyen al punto que desaparece todo vestigio de institucionalidad.
6. En lugar de ver hacia adelante, la política mexicana está empeñada en saldar las cuentas del pasado. Nadie parece construir, a la vez que todos se concentran en dañar al enemigo. Se edifican alianzas por demás efímeras: en lugar de articular acuerdos entre diversas fuerzas políticas, las alianzas se desarrollan a partir del regocijo compartido de quienes observan el ocaso de un contrincante común. Todo, sin exceptuar la política, se ha vuelto desechable.
7. La gran pregunta es quién gana con todo esto. Si se tratara de un conjunto de experimentos de laboratorio, los escándalos afectarían exclusivamente a los involucrados en lo personal o, de manera indirecta, a sus aliados o jefes. Pero todos sabemos que no se trata de un experimento de laboratorio, sino de una disputa ciega y sin límites por el poder. Obsesionados por el poder, los aspirantes a la presidencia (que, en la época post presidencialista, parecen ser prácticamente todos los políticos) han optado por desconocer todo límite ya no de la civilidad, sino incluso de la responsabilidad. A nadie, o muy pocos, parece preocupar el futuro; lo crucial es destruir al opositor el día de hoy. De seguir por donde vamos, las elecciones del 2006 podrían parecerse a las del 88, en un contexto institucional, para bien y para mal, totalmente distinto.
8. Algunos se las dan más de estadistas. En su reciente celebración de aniversario, los priístas festinaron los dolores de sus contrincantes. “Ya todos somos iguales” parecía decir el discurso principal. Pero su respuesta no trascendió al evento. Ensimismados por el hecho de haberla librado esa semana, los priístas se dedicaron a fustigar a sus contrincantes. No resulta tan obvio aquello que dicen festinar. En un entorno político tan viciado como el que hoy caracteriza al país, nada garantiza que los priístas sean inmunes a los escándalos cotidianos. A final de cuentas, lo único novedoso es el hecho de que se explote la corrupción para fines políticos, porque la corrupción es un fenómeno viejo que, a la luz de la evidencia, todos ellos parecen condonar, si no es que estimular. Más corrupción, parece ser la nueva lógica, implica más escándalos y más escándalos conllevan al poder. También pueden acabar carreras políticas y destruir al país.
9. Más allá de los escándalos, la nueva realidad política se caracteriza por un gobierno que ya no ejerce su función; ahora son los medios quienes establecen la agenda pública, determinan qué carrera política asciende y cuál desciende, quién gana y quién pierde. Pero, a diferencia de los políticos, que al menos nominalmente son responsables ante la ciudadanía, los medios no le reportan a nadie más que a sus accionistas. Ni siquiera sabemos qué criterios emplean para decidir qué escándalo es aceptable y cuál no, qué político tiene acceso al aire y cuál no. ¿Se trata al menos de un proceso de decisión transparente en el seno de la empresa, o hay la misma corrupción de por medio? La manera en que se estructuró la doble entrevista del escándalo en torno a la figura de Bejarano sugiere que hay más gato encerrado de lo aparente. El gobierno tiene facultades suficientes para atemperar el ánimo escandaloso de los medios, pero aparentemente ha decidido no emplearlas.
10. La gran pregunta es si hay algo constructivo que se pueda derivar de la creciente descomposición política. Los teóricos del contrato social, comenzando por Hobbes y Rousseau, argumentaban que el caos era el límite a la descomposición, que las personas o, en este caso, los políticos, llegarían a un punto en el que el caos, o el riesgo de caos, sería tan grande que haría atractivo y posible comenzar a estructurar un contrato que restableciera o creara el orden social. Hobbes decía que el temor a la violencia llevaría a un gobierno duro, pero aceptado por todos, sobre todo dada la alternativa. Rousseau iba mucho más lejos hacia la construcción de un pacto entre la población por medio del cual todos acordaban abandonar la libertad natural (que les daba derechos a destruir, incluso violentamente, a todos los demás), a cambio de la libertad civil, que de entrada entraña reglas y procedimientos. En algún momento, al menos en eso tendría uno que confiar, hasta los propios políticos que hoy se ufanan y benefician de la descomposición, tendrían que llegar a concluir que por este camino no hay salida, que sólo la reconstrucción de las reglas del juego, ya no bajo el esquema presidencialista de antaño, sino ante las nuevas realidades, permitiría contener y revertir la situación actual. La historia sugiere que si un pacto social del corte ideado por Russeau no es posible, las soluciones de Hobbes también existen. El riesgo es real y, a la larga, todos perdemos.
Todo escándalo viene acompañado de su oportunidad respectiva. De hecho, la acumulación de escándalos abre oportunidades quizá no vistas en años o lustros. La oportunidad reside en que las fuerzas políticas nacionales aprovechen el caos, o potencial de caos, para llegar a al menos un acuerdo: que la ley está y debe estar por encima de todo. La aplicación de la ley, que todos los políticos reclaman de manera retórica todos los días, sobre todo cuando son víctimas, justas o injustas, de un escándalo, no depende de los llamados para que ésta se cumpla, sino de la existencia de un reconocimiento generalizado, de un acuerdo explícito por parte de todas las fuentes de poder de una sociedad, de que todos pierden cuando no hay un Estado de derecho y la aplicación no discriminatoria de la ley. Muchos argumentarán que en México eso no opera, pero el régimen electoral demuestra que, cuando las fuerzas políticas acuerdan someterse a un régimen legal, es posible hacerlo efectivo. El reto, y la oportunidad que ofrecen los escándalos, es llegar a un acuerdo similar sobre el Estado de derecho en su conjunto.
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