A dos años de la elección presidencial más tensa y cerrada de las últimas décadas la polarización social sigue sin desaparecer, pero los riesgos de inestabilidad institucional se han vuelto menores. El aniversario sirvió de pretexto a varios ejercicios testimoniales y desahogos personales (eg, los libros de Crespo y Ugalde, las declaraciones de AMLO, Cota y Espino, etc.), pero el saldo de estos dos años para la administración federal es favorable. Ya nadie pone seriamente en duda la presidencia de Calderón: hasta el gobernador perredista de Michoacán se congratula públicamente de tener un paisano como presidente, y el jefe de gobierno perredista del DF envía a las autoridades federales apenados informes sobre la mala actuación de sus policías. Más aún, a pesar de la desaceleración económica y la oposición popular a la reforma energética, hoy son menos -muchos menos- los mexicanos que quisieran ver al PRD en el poder.
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