Don Quijote era un simple hidalgo, perteneciente a la decadente baja nobleza, que provenía de una estirpe de antiguos caballeros andantes en la Edad Media. Pero el prestigio y poder que esos hombres habían tenido desapareció con la caída de la sociedad feudal, no dejando lugar para los antiguos caballeros. La nobleza a la que antaño pertenecieron había sufrido importantes cambios y, con el nacimiento del ejército profesional, la única salida digna de aquellos idolatrados caballeros era la de enlistarse.
El gobierno de Enrique Peña Nieto entraña un proyecto de poder, pero no es evidente que tenga uno de desarrollo. Con la detención de la líder magisterial ha entrado en una nueva etapa en la que se abre un mundo de posibilidades. Ahora es cuando veremos para qué quiere ese poder y si, como en el mundo que recreó Cervantes, podrá adecuarse a las exigencias del mundo moderno.
México ha experimentado una brutal transformación en los últimos cincuenta años. De un país mayoritariamente rural, con una población de menos de la tercera parte de la actual, pasamos a ser una nación compleja, moderna, demandante y llena de conflictos y procesos inacabados. Cualquiera que otee hacia atrás no podrá más que quedar impresionado por todo lo que ha cambiado. Sobra decir que el sistema de gobierno que caracterizaba al país en los sesenta es totalmente incompatible e inadecuado -y hasta podría ser contraproducente- para la realidad actual. Pero me temo que eso es lo que podría estar intentando la nueva administración.
En este medio siglo el país ha experimentado una metamorfosis en sus estructuras económicas y políticas, en su realidad social, en la relación gobierno-sociedad y en la creciente autonomía de un primitivo e ineficaz poder judicial. Pasamos de una economía cerrada y protegida a una fundamentalmente abierta y sujeta, al menos en lo que a bienes se refiere, a una lógica de mercado. Pasamos de un sistema político autoritario a una incipiente -y conflictiva- democracia. El país se ha descentralizado y se ha multiplicado el número y formas de relacionarse de la sociedad con el resto del mundo. Lo que prácticamente no ha cambiado es la naturaleza del sistema de gobierno.
Mientras que la gente se ajusta y adapta a la cambiante realidad porque no tiene alternativa, el gobierno, como ente genérico, sigue guiado por criterios ancestrales. El gobierno no se dedica a “servir a la gente” ni está diseñado para resolverle problemas o promover el desarrollo. La lógica gubernamental es siempre de control, subordinación e imposición. Un gran número de funcionarios y políticos sigue viéndolo como medio de ascenso político o como fuente de acceso a la corrupción. Nada de esto es inusual o novedoso, pero ciertamente es incompatible con las necesidades de una economía cada vez más pujante o con el criterio de eficacia que propuso el hoy presidente. En este entorno, ¿qué significa la detención de Elba Esther Gordillo?
Quizá la principal razón por la que Enrique Peña Nieto ganó la elección presidencial resida menos en su oferta programática que en el sentido de autoridad que prometía su presencia, historia y estrategia de campaña. Por más que hubo avances muy significativos en los últimos años, la sensación de desorden fue creciendo de manera inexorable, opacando todo lo demás para un amplio número de votantes.
El desorden comenzó por lo menos desde el inicio de 1994 -en el zenit de la era priista- con el levantamiento zapatista; sin embargo, el crecimiento de la violencia, la inseguridad y la aparente incapacidad para lograr la prometida transformación económica acabó por abrirle la puerta a quien ofrecía una promesa de restablecimiento de la paz, eficacia en la función gubernamental y, sobre todo, un sentido de orden. El mensaje visual acabó siendo mucho más poderoso que la oferta específica.
Era evidente que el presidente actuaría con fuerza. Un presidente con vocación de poder no podía tolerar el desafío permanente y sistemático a su autoridad que venía practicando “la maestra”. Su detención es un claro indicador de la intención del gobierno por recuperar su autoridad para poder gobernar, algo casi desconocido desde el inicio de 1994.
Lo reconozca o no, el reto principal del gobierno reside en convertir al poder en instrumento para el crecimiento. El nuevo equipo ha demostrado una extraordinaria eficacia; sin embargo, el reto de fondo es que no existe un sistema de gobierno susceptible de crear condiciones para el desarrollo de la sociedad, de la economía y del país en general. Aún en los buenos años del PRI, el país nunca fue gobernado para el desarrollo; siempre fue organizado para el control y la administración del poder. Me pregunto si un gobierno que toma como modelo al presidente más exitoso de la antigua era priista -Adolfo López Mateos- podrá construir un sistema de gobierno compatible con la era de la globalización, radicalmente distinta a la de entonces. La detención de la líder abre la posibilidad, pero no la garantía, de convertirla en oportunidad.
Como ilustran los números de muertos y las dificultades económicas que arrecian a diario, el enorme éxito de la administración en sus primeros meses no puede hacer desaparecer la realidad del país ni los problemas que lo aquejan. El hecho de estar construyendo el andamiaje legal (la ley de amparo) y la imagen de poder (la maestra) le permite lidiar con los problemas, grupos e intereses que paralizan al país y confirma el proyecto de poder. Pero establecer e imponer la autoridad que anhelan muchos mexicanos es indispensable, mas no es substituto de un sistema moderno de gobierno, apropiado para las circunstancias de hoy.
Desde mi perspectiva, el gran déficit de los últimos gobiernos se debió a la inexistencia de un proyecto acabado de desarrollo, pero sobre todo a la total ausencia de capacidad para llevar a cabo los cambios que el país requería, es decir, lo que los políticos llaman operación política. El gobierno de Peña Nieto ha mostrado sobrada capacidad para ello. La suma de instrumentos legales y políticos con la evidente capacidad de operación y acción que ha desplegado implica que existe la mitad de lo necesario: la mitad de la que carecieron las administraciones anteriores. Sin eso, este gobierno sería como los anteriores y no tendría mejor pronóstico de éxito.
El presidente ha iniciado la toma del poder. Ahora comenzaremos a ver para qué lo quiere y cómo lo empleará. Si logra sumar una visión de desarrollo a la de poder, podría acabar replicando el éxito de la administración que ha empleado como modelo, pero en una versión aplicable y viable en el siglo XXI.
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