Jesús Ortega asumió la presidencia nacional del Partido de la Revolución Democrática en el mismo ambiente de crispación y división que se vive desde hace meses en ese instituto político entre las dos principales corrientes ideológicas. A la par del retorno de René Bejarano a la vida política nacional y al perredismo con su Movimiento Nacional por la Esperanza, A.C., se ha dado una desbandada de perredistas hacia los partidos satélite de la izquierda (PT y Convergencia) en el Estado de México –y se anuncian más en Morelos, Durango y Distrito Federal. El PRD sigue representando para algunos que ya probaron el ostracismo la única vía de acceso a la política, mientras otros que reniegan del partido reciben sus favores para avanzar movimientos populares. En este clima de tensión, el discurso de Ortega en su primer acto oficial como presidente del partido es una luz para la izquierda democrática del país, si se logra superar la visión caudillista y de movimientos ideologizados. El nuevo presidente llamó a dejar atrás los dogmas de la mano invisible del neoliberalismo y del absolutismo estatista para dar paso a una izquierda atada al liberalismo democrático que preserva la libertad individual e impulsa una verdadera economía de mercado (sic). Al llamado de reformar al partido no acudieron ni Cárdenas ni AMLO, pero el “carnal” Marcelo Ebrard, Amalia García, Zeferino Torreblanca, Narciso Agúndez y varios empresarios estaban en primera fila aplaudiendo la refundación de partido. Algunos se van del PRD, pero los gobernadores perredistas parecen haber optado por respaldar el nuevo rumbo del mayor partido de izquierda.
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