Aunque la pelea por el Congreso estadounidense parece sobradamente decidida a favor de los demócratas, la pelea por la Casa Blanca es cerradísima, con los dos candidatos –McCain y Obama– conduciendo fuertes y sofisticadas campañas. La velocidad con la que los dos equipos de campaña atacan, responden, y contraatacan es vertiginosa, los ataques al rival son implacables. Afortunadamente, hasta ahora los temas que más directamente afectan a México (migración y TLCAN) no han ocupado el centro del debate presidencial (enfocado en Irak y Afganistán, en el precio de la gasolina y las restricciones a la perforación petrolera, y en crear y destruir la imagen de los candidatos). Pero en cualquier momento los temas “mexicanos” pueden saltar al estrado, exponiéndonos a recibir patadas de burro y pisotones de elefante. Lo anterior se complica porque México mira la elección estadounidense desde una óptica contradictoria. Aunque McCain es el candidato estadounidense que más vínculos tiene con México (país que conoce y donde tiene amigos en el priísmo y el panismo), las simpatías de los mexicanos encuestados que están enterados de la contienda favorecen a Obama.
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