Administrando las enfermedades crónicas del subsistema de educación superior

Educación

Desde finales de la década de 1990, es una “tradición” anual que en el verano lluevan las voces de los disconformes con los resultados de los exámenes de admisión para la educación superior, y las demandas por más lugares en los centros educativos de su preferencia. UNAM, UAM, IPN, UPN, Normales y Universidades Públicas Estatales (UPEs), cada una en su nicho y con sus propios problemas de financiamiento, hacen cara a la marea de problemas y, finalmente, estos movimientos se pulverizan cuando parte de las demandas son alcanzadas. Así, los movimientos alcanzan un éxito relativo, las autoridades educativas resuelven a medias la coyuntura y los actores que levantan sus voces en contra del sistema se sienten parcialmente aliviados aun cuando al marcharse susurran “eppur si muove” (y, sin embargo, se mueve). Al final, todos en paz administrando su nicho de la educación. La consecuencia de esta forma de proceder es que siempre existe un incentivo a la movilización política y la carne de cañón para alimentarlas.
El tema estelar de estas marchas generalmente es la oferta educativa. Los jóvenes en las calles elevan su voz para señalar que el gobierno no ha hecho nada en la materia. No es verdad. De hecho, de una cobertura de 25.2% en el ciclo escolar 2005-2006 se pasó a una cobertura de 30.9% en 2010-2011. Sin embargo, esto es a todas luces insuficiente, pero la crítica es tan valiosa como el conocimiento que la respalda. Por ejemplo, falta trabajar más el tema de la movilidad estudiantil; se debe redoblar el trabajo en la certificación de carreras de calidad (COPAES) y en la difusión de su valor curricular para empleadores, padres de familia y estudiantes; hay una larga agenda en la corresponsabilidad de financiamiento de los estados a este nivel educativo a estudiantes (becas) y universidades (algunos estados participan con más del 50% mientras que otros dan menos del 6%) y, como estos, muchos otros temas que irremediablemente nos llevaran a repensar la educación superior en su conjunto. Esta sí es la agenda pendiente; ¿dónde están estas pancartas?
Los estudiantes y padres de familia, por su parte, víctimas de la incertidumbre y de la desesperanza que genera el rechazo en estas instituciones se unen a movilizaciones organizadas por los mismos grupos que por años se han dedicado a esto. CEU, FEUG y organizaciones análogas que año con año capitalizan esta situación a su favor resultan los grandes ganadores de estas protestas. Para ellos, una mayor presencia y legitimidad dentro de los grupos de izquierda estudiantil. Para sus seguidores, créditos parciales a universidades privadas, registro extemporáneo en centros de educación pública que los estudiantes y padres desestimaron inicialmente, entre otras soluciones coyunturales. Administrando la educación, su necesidad y gratuidad estas organizaciones sacan los beneficios de un problema estructural. No combaten la problemática, la dosifican a su favor. ¿Por qué no mitigar el problema con campañas anuales de información sobre la multiplicidad de opciones disponibles entre sus potenciales seguidores?
Hay que decirlo: la educación superior no es la educación básica; sus principios rectores, modalidades, necesidades y problemas no son una metáfora de otros subsistemas. Y un análisis de este tipo necesariamente refleja un desconocimiento importante de la materia. En lo único en que son bastante similares es en que inyectarle más recursos no resuelve el problema por sí solo. Es un trabajo de refinamiento y ajuste institucional, de cambio de mecanismos burocráticos y de modelo educativo que ya no se ajustan a las necesidades actuales. Es un trabajo no de administrar la educación superior, sino de resolver los problemas de la misma.

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