El estallido de un coche bomba en Ciudad Juárez y los ataques contra centros nocturnos en Torreón hablan de la ferocidad que caracteriza la lógica de competencia del crimen organizado contemporáneo y de la percepción de impunidad generalizada que vive el país. El uso de coches bomba no es nuevo en México –hubo dos casos en la década de los noventa– y tampoco es particularmente sofisticado: en América Latina es una táctica que han utilizado tanto grupos criminales como políticos desde hace tiempo, y hay grupos mercenarios disponibles para enseñar cómo hacerlo.
El ataque del coche bomba dirigido contra la Policía Federal se da en un contexto en el que muchos grupos criminales acusan abiertamente a ésta de favorecer a unos grupos sobre otros. Además, después de rota la marca de 26 mil muertos en lo que va del sexenio, los delincuentes tienen claro que no hay costo en utilizar la violencia para dirimir sus conflictos, sobretodo porque la inmensa mayoría de los asesinatos siguen impunes. Bajo este supuesto lo extraño es que no ocurran más seguido ataques de esta naturaleza.
De momento, no hay elementos para afirmar que estos hechos de violencia tienen una lógica política, como sí lo tenían los atentados de Pablo Escobar en Colombia en su momento, sino una de competencia económica. Simplemente es más barato utilizar la violencia para eliminar rivales y retirar interferencias. Es preferible cooptar a la autoridad, pero cuando no es posible, algunos grupos criminales –no todos– deciden que es perfectamente racional atacarla. Este es el verdadero “narcoterrorismo”: no uno de atentados y discursos políticos, sino el de la realidad cotidiana que los lleva a actuar como si nadie pudiera detenerlos.
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