La captura y presentación de Dimas Díaz Ramos en plena reunión trilateral de Líderes de América del Norte de ninguna manera es circunstancial. En un contexto en que el Gobierno Federal se enfrenta a severas críticas –tanto al interior como en el escenario internacional– por los potenciales excesos cometidos en la lucha contra el narcotráfico, cualquier coyuntura mediática tiene efectos. Por una parte, está el mensaje de que esta administración se está jugando literalmente la vida por acabar con la delincuencia organizada. Sin embargo, más allá de los efectos inmediatos que en la percepción genera este tipo de información –aprobación y solidaridad– en este caso el gobierno podría estar haciendo cálculos incompletos. La razón: resulta contradictorio que durante varios meses se hayan realizado innumerables esfuerzos por construir la imagen de que el gobierno se encuentra en total control de la situación, para que en un día se le de cabida a la idea de que en este país, incluso Felipe Calderón corre grave peligro. Por otro lado, parece que no se aprendió la lección del 5 de julio cuando se llevó la batalla contra el crimen a un escenario mediático: un Presidente con altos niveles de aprobación no necesariamente la traslada a su partido. Al final del camino, esta administración se podría encontrar con un Presidente querido, que incluso podría tener el respaldo popular ante los probables excesos cometidos en la cruzada contra el crimen, y aún así la población podría determinar que lo que se requiere para hacerle frente al problema está en otro partido.
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