La serie de conflictos al interior del PRD en el último año es el resultado de viejas diferencias que se remontan a la formación misma del partido. Sin embargo, esas diferencias podrían ser también el inicio de una historia positiva para la izquierda en México. En su origen, el PRD se formó como resultado de la fusión de dos grandes contingentes: una amalgama de grupos y partidos de izquierda y la izquierda del PRI. A pesar de la dificultad de sumar tan diversos antecedentes en un solo proyecto, por años, el liderazgo conciliador de Cuauhtémoc Cárdenas dio funcionalidad a la coalición. Con el tiempo, fue el grupo de expriístas, con López Obrador a la cabeza, el que dominó al partido. Este grupo se volvió estatista, inflexible, dogmático y encontró su identidad en oponerse a todo: sector privado, competencia, globalización, etc. Mientras tanto, el otro contingente de izquierda ha evolucionado –con lentitud– hacia una social democracia con tintes de modernidad (más parecido a la izquierda española y chilena), aunque todavía rezagada en temas económicos. En su congreso del fin de semana pasado, los perredistas han decidido –al menos por ahora y hasta que alguien lance la siguiente piedra– caminar juntos rumbo al 2012 a pesar de sus profundas diferencias. Apostándole a maximizar sus oportunidades de ganar, postergan la posibilidad de emerger como una fuerza de izquierda mucho más vital y atractiva para el país.
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