San Salvador Atenco es el epítome del gobierno de Fox. Es una palabra que resume las limitaciones, contradicciones y errores más caros del gobierno de la alternancia.
En Atenco se decide construir un aeropuerto en el 2002 y el Estado es incapaz de hacer uso legítimo de la fuerza en contra de un grupo de pobladores que se opone a la construcción de una obra de interés público, en un momento en el cual todavía quedaba algo de respaldo ciudadano, como parte del bono democrático.
En ese mismo sitio, cuatro años después, el gobierno ejerce, con lujo de violencia y con gran ineficacia política y policial, un operativo para emprender el desalojo de unos cuantos vendedores informales de flores.
Hoy, los mexicanos no tenemos aeropuerto internacional para la capital del país, pero, en cambio, en pleno proceso electoral, nos hemos “librado” de ocho vendedores ambulantes que vendían flores en los portales de Atenco. ¿No es absurdo?
Ese es el gobierno de Fox. Un gobierno contradictorio e ineficiente, que no conoce el sentido del tiempo y carece de la más elemental sensibilidad política. Una administración de indefiniciones, en la que el estilo personal de “gobernar” consistió en apurar las puntadas y elevarlas a rango de decisión de Estado.
Todos queremos la existencia de un verdadero Estado de derecho en nuestro país, que se aplique la ley y los transgresores vayan a dar a la cárcel. Pero nadie puede pensar, con seriedad, que la construcción de un verdadero Estado de derecho se inicia con acciones como las observadas la semana pasada en ese municipio del Estado de México.
San Salvador Atenco constituye el símbolo del problema estructural más grave de nuestra democracia: la falta de legalidad.
Pero ninguna legalidad se construye sin credibilidad. Para crear un sistema eficaz de leyes, es necesario aplicar la ley sin distinciones, de manera permanente y hasta sus últimas consecuencias.
La verdadera legalidad surge de la convicción, no de la represión. Los sistemas que han logrado establecer el imperio de la ley, lo han construido a base de tiempo, pactos, cultura y mediante el convencimiento.
Ese convencimiento deriva de que todos los gobernados sean capaces de percibir los beneficios de un sistema de leyes justo, elaborado por autoridades legítimas. Los sistemas legales exitosos no son producto de la fuerza, sino de la inteligencia. Son resultado de la adhesión voluntaria de los gobernados, quienes aprenden y aceptan cumplir con la ley, pues entienden que se trata de un sistema justo, aplicable: 1) en todo tiempo; 2) en todos los casos y, 3), a todos los ciudadanos.
En México la ley no se aplica en todo tiempo simplemente en Atenco no se hizo antes y se pretende aplicar hoy. Tampoco en todos los casos: bien sabemos que en este momento cientos de informales venden de todo, no solamente flores, en varios puntos del país. Y no se aplica a todos los ciudadanos: cuando conocemos la existencia de todo un sistema de impunidades, excepciones y privilegios que beneficia ampliamente a los transgresores de la ley.
En un país con tramas infinitas de ilegalidad y miles de informales en cientos de plazas públicas, ¿por qué empezar con ocho que venden flores en Atenco?, ¿por qué comenzar cuando se acercan las elecciones?, ¿por qué hacerlo cerca del final de este gobierno?, ¿por qué cuando ya no hay bono democrático?, ¿por qué de manera selectiva?, ¿por qué con un operativo tan torpe? y ¿por qué violando los derechos humanos?
Sencillamente, no es creíble un sistema democrático que dice aplicar la ley en un caso, cuando no lo ha hecho a lo largo de toda su administración, y cuando, hoy mismo, es incapaz de poner orden ante un fenómeno tan violento y pernicioso como el narcotráfico, que nos amenaza y exhibe, todas las semanas, cifras tan alarmantes de ejecuciones por todo el país.
Atenco es el símbolo de una aplicación selectiva, torpe y temporal de la ley. Como en muchos otros casos. Por ejemplo, en el desafuero, en el que, en nombre de la ley se realizó una persecución que nos enfrentó a todos los mexicanos durante meses y acabó con la “legalidad”, sometida ésta a una simple decisión del presidente de la República.
El sexenio empieza y termina con San Salvador Atenco. Ahí se pierde el rumbo al inicio del sexenio, se cancela la esperanza y se derrumba el proyecto de cambio. Hoy, en el mismo lugar, se amenaza a la democracia, se cae en provocaciones y se muestra al mundo la peor cara de la violencia, la confrontación y la falta de política y de negociaciones.
El Estado mexicano no ha aprendido a usar la fuerza legítima derivada de la democracia ni ha sabido ejercer la autoridad ni ha construido los equilibrios necesarios de gobernabilidad para una democracia duradera.
Para consolidar la democracia, México necesita evitar los extremos. El camino no está ni en el Estado autoritario ni en el Estado ausente. El problema es que el gobierno de Fox, en su infinita torpeza, se mueve como el péndul de la ausencia al autoritarismo. Claro, Fox no es un demócrata.
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