La supuesta “victoria” del Presidente Calderón respecto al ahora ex Embajador norteamericano, Carlos Pascual, en realidad refleja un mal entendimiento de las relaciones bilaterales y augura un aún mayor hermetismo de la administración calderonista en lo que resta del sexenio.
Revisando los hechos, lo único que se puede concluir es que Pascual comunicó preocupaciones reales -y por cierto ya expresadas por muchos actores y medios de comunicación a nivel nacional- al gobierno de su país para promover una mejor toma de decisiones. WikiLeaks reveló esta información, cuyo ámbito inicial era el privado, desatando con ello una serie de argumentos nacionalistas que en nada contribuyen a resolver los problemas del país. El otro hecho ineludible está en que la actuación de la administración Obama, aún con la información provista por su Embajador, mantuvo la misma política de apoyo a México y a Calderón con la que inicio su cuatrienio. Inclusive, han salido a la luz programas conjuntos en materia de seguridad que inicialmente fueron propuestos por el gobierno mexicano. Es decir, aún existe colaboración, interlocución y apoyo. Los hechos lo demuestran.
La reacción del Presidente Calderón, sin embargo, parece no derivarse de hechos sino de percepciones e inclusive enojos. En sus declaraciones, el Presidente se manifestó inconforme con la opinión de un funcionario del gobierno norteamericano -y eso que opiniones hay muchas y muy diversas en aquel gobierno con respecto a México- y en sus acciones de hecho promovió un rompimiento de la relación con éste. Calderón optó así por privilegiar una lógica personal y abandonar la congruencia en la política exterior y en la relación bilateral.
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