Al caminar por la calle, hace poco, se me acercó una persona para darme su tarjeta de presentación: “Asesor en almacenamiento de células madre”, decía. En ese momento me quedó claro que, independientemente de las teorías y dudas que existen sobre la valía de almacenar las “células madre” provenientes del cordón umbilical para usarlas en tratamientos médicos futuros, hay un negocio creciente ahí.
Los bancos privados de células madre cobran una tarifa inicial que, en los casos más baratos, comienza en 800 dólares con una anualidad de 95 dólares. En México hay ya más de 10 bancos particulares. Como negocio, este esquema no podría ser más atractivo.
Sin embargo, la vulnerabilidad del negocio radica en un punto: más información sobre el uso y relevancia de dichas células. Actualmente las decisiones del consumidor están basadas en incertidumbre y temor a algún día necesitar las células madre para el tratamiento de un hijo y no contar con ellas.
Y hay razones para esa incertidumbre: las células madre de una persona probablemente no sean las que más le servirían a ella misma después, por ejemplo. Tampoco se sabe aún qué tantas enfermedades podrán ser tratadas con dichas células y, sobre todo, si éstas podrán ser obtenidas de otros lugares, como la piel.
Hasta ahora, la información de la que se dispone sugiere que la opción más sensata y que probablemente salvaría más vidas es el almacenamiento en bancos públicos, no privados . En los públicos habría más opciones para los que requieren un tratamiento médico, se tendría acceso a una variedad de material genético —no sólo el propio— y quizás estos bancos tendrían más recursos para la investigación.
En la Ciudad de México existe una opción pública: el Banco de Células Progenitoras en el Centro Nacional de la Transfusión Sanguínea. En su sitio de Internet, el Banco señala que en 2010 tuvieron 441 recolecciones, 338 rechazos y 103 aceptaciones, y que, hasta diciembre de 2010, se habían llevado a cabo 208 trasplantes. Claramente se trata de un área nueva de la medicina, y en el servicio al posible donante esto mismo también se nota.
Al respecto, en mi proceso de investigación tuve que marcarles diez veces (nadie sabía la extensión y la mayoría de las personas “se habían ido a un curso”) para que finalmente me atendiera el enfermero en turno, quien sí conocía bien el procedimiento: había que ir a una plática, contestar cuestionarios para identificar si uno era candidato para donar las células de su hijo, dar datos sobre padecimientos y características que sólo se tienen en las últimas semanas del embarazo y, al menos por teléfono, nadie me pudo dar información sobre si un donante tendría en el futuro más beneficios para disponer de células del banco que un no-donante. Tampoco me pudieron informar si ofrecían servicios de almacenamiento privado, si uno no calificaba como donante.
Si bien científicamente podríamos ir por buen camino, es un hecho que, en México, no hay interés en informar o ampliar el mercado de donadores o almacenadores de células madre en bancos públicos. De modo que, mientras las cosas no cambien, lo que seguiremos viendo es una bonanza para las empresas privadas y un estado de ignorancia, miedo y confusión en torno a, quizás, uno de los temas médicos de mayor importancia en las próximas décadas.
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