Chilango tax

Salud

Precaución: alcantarilla abierta. La advertencia sobre el agujero negro se puede leer en un letrero afuera de la librería Gandhi, sobre Miguel ángel de Quevedo. El anuncio de peligro por la coladera destapada se ha convertido en parte permanente del mobiliario urbano, ya que lleva varios meses instalado frente a la puerta del estacionamiento de la tienda de libros. El rótulo es parte del plan de emergencia para prevenir inundaciones en el local.

Cuando Tláloc lanza toda su furia pluvial, la alcantarilla se tapa con basura y el caudal espontáneo que debería fluir por el drenaje se desborda hasta la sección de libros de arte. Como contingencia durante las tormentas, el personal de Gandhi abre la tapa de la alcantarilla para evitar que la crecida del agua llegue a la mesa de novedades editoriales.

Los chilangos aprendemos desde niños que las cosas no siempre funcionan como deberían, por ejemplo, tenemos el caso de las alcantarillas bi-funcionales: en tiempo de secas sirven como casa-hogar de roedores y otras faunas nocivas, pero en las tardes de chubasco se convierten en fuentes que emiten poderosos borbotones de agua. Quien que no haya visto un manantial emanar de las profundidades del desagüe no ha pasado una buena temporada de lluvias en la Ciudad de México.

Tanto las librerías como los individuos que vivimos aquí tenemos que prepararnos para la posibilidad inminente de que las cosas salgan mal. Nuestra existencia cotidiana es una sucesión de precauciones ante las incertidumbres que implican ser chilango. Adquirir un seguro de automóvil con cobertura completa o comprar el último modelo de bastón para inmovilizar el volante son vacunas contra la mala fortuna. Un amigo japonés, que vive en Tokio, se subió a mi coche vio el bastón y preguntó: ¿Y esto qué es? Mi cuate nipón jamás en su vida había visto semejante mecanismo antirrobo y no sabía si el instrumento era una arma medieval o un juguete bélico de La Guerra de las Galaxias. En Tokio no existen bastones inmovilizadores y los agentes de seguros no ofrecen polizas contra robo de autos. Acá en Tenochtitlán no podemos concebir nuestra vida diaria sin estos artefactos y precauciones.

Los defeños somos expertos en la administración de la incertidumbre. Las alcantarillas abiertas, las inundaciones y hasta la posibilidad de que te vuelen el coche enterito o en partes nos enseñan a vivir a las vivas. Piensa oh urbe querida que el suelo, un analista de riesgo por cada chilango te dio.

Nuestros roces con el peligro y la incertidumbre están hasta en la cocina. En teoría, el agua que sale de la llave de mi casa es potable, pero en la práctica el H2O del grifo tiene más estafilococos que la leche Betty o más cloro que una alberca de Oaxtepec. Los lectores de la generación equis recordarán los tiempos cuando no existían las botellas de agua potable. Hoy, la precaución de proteger la salud de nuestras barrigas nos obliga a hervir el líquido o comprarlo envasado en sus múltiples presentaciones.

¿Qué tienen en común un bastón para el volante de un coche, un garrafón de electropura o el letrero que anuncia una alcantarilla abierta? Todas son precauciones que tomamos los ciudadanos ante el riesgo de que las autoridades nos fallen a la hora de prestar un servicio. Asegurar que el drenaje funcione, que el agua potable sea ídem y garantizar que los robacoches no te conviertan en peatón son responsabilidades del gobierno de la Ciudad de México. Un plan de contingencia contra inundaciones, un bastón para el volante o una botellita de agua son pequeñas manifestaciones de desconfianza en la capacidad de la autoridad para hacer su trabajo como debería. Los chilangos asumimos que las fallas en los actos del gobierno son una regla y el buen desempeño una excepción. Cada precaución que tomamos contra la negligencia de la autoridad tiene un costo: botellón de agua envasada 20 pesos, bastón para volante de coche 500 pesos, rótulo para alcantarilla abierta 800 pesos; romperte el tobillo en una coladera destapada es algo que no tiene precio, pero para todo lo demás está tu ingreso mensual.

Los ciudadanos tenemos que apoquinar de nuestro propio bolsillo los costos excedentes de tener un gobierno disfuncional. A estos tributos adicionales los podemos llamar el chilango-tax, los impuestos disfrazados que pagamos por la mala provisión de servicios públicos. ¿Llegará el día en que una lluvia no sea sinónimo de inundación? ¿Podremos tomar agua de la llave sin hacer una cita con el gastroenterólogo? ¿Los bastones de coche se convertirán en piezas de museo y las pólizas contra robo en una excentricidad? Ojalá y nos toque ver un futuro en que tanta maravilla se convierta en normalidad, la bronca es que el promedio de vida chilango es menor a ochenta años y todavía falta mucho para que eso ocurra.

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