“Soy una joven atractiva, hija de familia decente con temor a Dios. Tengo 26 años y licenciatura en ingeniería, busco marido de casta brahmán con nivel de estudios similar o superior. Me gustaría que mi compañero de por vida venga de una buena cuna hindú y que respete los valores tradicionales. Mi esposo ideal debe ser bilingüe, medir más de un metro setenta y tener la piel clara o morena clara.”
Para un chilango o un occidental, la sección de anuncios matrimoniales del Times of India es un violento choque cultural (si tienes morbo o curiosidad: www.timesofindia.com). En muchos periódicos del mundo, las secciones de anuncios clasificados tienen la categoría de “Avisos Personales,” donde la gente busca pareja más para un ratito que para toda la vida. En India nadie busca un romance o un amigo con derechos, sino todo el Paquete-comprometes: altar, pachanga, juez y promesa de aguantarse hasta que la muerte disponga de otra cosa.
Las 15 páginas de la sección dominical de anuncios matrimoniales del Times se distinguen de cualquier otro tipo de clasificados personales por la falta de pudor para proferir expresiones políticamente incorrectas. Los perfiles de los aspirantes incluyen varias categorías de tonos de piel (obscuro, claro, apiñonado) y no se andan con hipocresías sobre los rasgos socioeconómicos de sus candidatos: “quiero casarme con un banquero o analista en finanzas que tenga ingresos corrientes en moneda extranjera”. Las solicitudes de consorte hacen en énfasis no sólo en la raza y el nivel de ingreso sino en la casta de los candidatos.
La palabra “casta” se origina del latín “casto” o “puro” y en el caso de la India se refiere a la clasificación religiosa del nivel de “pureza” o “contaminación” del origen social de una persona. Las castas hindúes son una especie de pedigrí para homo sapiens o de ISO 9000 que permite institucionalizar la discriminación entre seres humanos. En India, la discriminación por castas está prohibida por la ley, pero consagrada en la práctica por una inercia cultural de muchos siglos. El gobierno hace su lucha por acabar por esta segregación, pero los anuncios matrimoniales demuestran que todavía falta mucho trecho por avanzar. Según reza la tradición, las personas de las castas más bajas no pueden tocar, ni si quiera con su sombra, a sus superiores sociales.
Lo más cruel es que no importan los logros en tu vida, si tienes un doctorado o no terminaste la primaria, si eres honesto o un ladrón, jamás podrás cambiar tu origen. La casta es destino. Es una pena ajena, propia y colectiva, pero el orden social en la ciudad de México y en el resto del país está organizado en torno a una vergonzosa estructura de castas. En India las castas tienen un origen religioso, en México son consecuencia de una asimétrica distribución del ingreso y las oportunidades.
Según la Encuesta de Ingreso-Gasto del DF realizada por INEGI (2004), un hogar chilango que obtiene más de 2,500 pesos mensuales pertenece a la clase media. El 10% de los hogares más pobres de la ciudad sobreviven con 715 pesos al mes. El 10% de los hogares más acomodados recibe en promedio 14,680 pesos al mes. Si los datos del INEGI son ciertos, el ingreso mensual promedio de un hogar acaudalado equivale al de 20 familias pobres.
La vida en el DF es el reflejo urbano de estos números. Los chilangos vivimos en la mera capital de una república de castas. Igual que en la India, los miembros de cada casta conviven, se aparean y se casan entre sí. Allá los romances inter-casta ocurren en la literatura (El dios de las pequeñas cosas de Arundhati Roy), aquí en las telenovelas (Los ricos también lloran con Verónica Castro).
Lo más fregado de este sistema de organización social mexicano es que existen muy pocos chances (legales) de escapar de un mal destino. La escalera de ascenso social tiene varios peldaños rotos. Lo peor no es la desigualdad, ni la pobreza, sino la fuga de la esperanza.
Los países comunistas se encargaron de demostrar que la búsqueda de la igualdad social, acaba por fregar a todos parejito. Las democracias desarrolladas no brindan igualdad de condiciones de vida a sus habitantes, pero ofrecen igualdad de oportunidades. Con chamba y esfuerzo, la mayoría de la población de un país desarrollado tiene acceso a la esperanza. El sueño americano está basado en la premisa de que a la siguiente generación de gringos les irá mejor que a sus papás. ¿Cuál es la premisa de los sueños chilango y mexicano? Pásatela bien mientras hay chance, porque el mañana es incierto.
Con ese espíritu de pachanga y entereza en medio de un naufragio, los chilangos salimos cada mañana a enfrentar la adversidad. Esa vocación colectiva de humor y agallas ante las calamidades cotidianas nos permite sobrellevar la maldición de vivir en una sociedad de castas. Mientras los ciudadanos salimos a partirnos la cara con la realidad, nuestra clase política se comporta como si la ciudad y el país fueran un jardín. La verdad es que gobiernan bajo el cráter de un volcán.
Juan E. Pardinas fue invitado a colaborar en Chilango con la condición de no contribuir a la depresión nacional. Este mes falló en la encomienda. El autor se compromete a cumplir el encargo en futuras entregas. Para documentar esperanzas y pesimismos sobre la realidad mexicana visitar
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