En un mundo que se caracteriza por la globalización de los procesos productivos, tecnológicos y comerciales, el éxito de las naciones depende de las capacidades de sus habitantes. Y la esencia de la capacidad de las personas reside en lo que pomposamente llamamos “capital humanoâ€Â, que no es otra cosa que los activos y atributos con los que cada persona cuenta, determinados en buena medida por la educación recibida y la calidad de los servicios de salud a los que se tiene acceso. Suponiendo que los servicios de salud proveen al menos un fundamento básico para que cada persona pueda gozar de su vida, mientras mejor sea la calidad del sistema educativo, mayor será el potencial de desarrollo de las personas. Bajo este rasero, nuestro sistema educativo es un desastre y no está avanzando en la dirección correcta.
Todo mundo habla de la educación, pero poco se hace por transformarla. Más allá de decisiones grandilocuentes, pero irrelevantes, como decretar un nivel de gasto artificial que no empata con realidad alguna, ni la presupuestal ni la política, el congreso y el gobierno no han hecho nada para avanzar en el terreno educativo. Es cierto que existen reformas de diversos tipos y que se han creado mecanismos de evaluación tanto de profesores como de alumnos, pero el marco de referencia que emplean es incorrecto, pues no tiene relevancia en el mundo en el que nos ha tocado vivir. La educación es un instrumento y, como tal, debe ser apropiado para las condiciones del mundo en el que tendrán que emplearlo sus beneficiarios; si el instrumento no empata con las necesidades y circunstancias de la realidad, es simplemente irrelevante. Mucho de irrelevante tienen los programas educativos que hoy existen en el país.
El punto de partida es el mundo en que vivimos. El niño que asiste a la escuela actualmente, enfrenta la necesidad de prepararse para competir con niños como él en otras latitudes. Es decir, a diferencia del pasado, el niño que nace el día de hoy en Tingüidín no medirá sus fuerzas y competencias con otros niños de su localidad, sino con sus pares en el resto del mundo. La globalización ha creado un entorno de competencia real del que ningún país o gobierno se pueden abstraer. Algunos pensarán que si cerramos las puertas al comercio, por citar un argumento típico, el problema quedará resuelto. Pero sólo desde el colmo de la insensatez puede sostenerse semejante argumento. Cerrar las puertas al comercio y a la globalización sólo profundizaría la pobreza (como de hecho está ocurriendo).
El caso de la India es revelador. Para comenzar, se trata de un país mucho más pobre que México: su ingreso per cápita es apenas el 20% del mexicano. Pero, en los últimos años, la combinación de una revolución educativa con otra tecnológica, forjó condiciones propicias para que la economía creciera de manera sistemática a tasas cercanas al 8% anual. Súbitamente, esfuerzos que se habían realizado décadas atrás con la creación de institutos tecnológicos y la formación, en consecuencia, de millones de graduados técnicamente competentes, coincidieron con la disponibilidad de medios de comunicación eficientes a través de Internet. Esta combinación de circunstancias abrió oportunidades de negocios que miles de empresarios hindúes aprovecharon con oportunidad. Las elecciones nacionales recientes celebradas en India, en las que la mayoría rural derrotó al gobierno que incitó esta revolución educativa, tecnológica y económica, mostraron que toda la población desea tener acceso a los mismos beneficios de que gozan los habitantes de las zonas urbanas.
Algo semejante ha ocurrido en México. El norte ha crecido mucho más que el sur y la población urbana se ha beneficiado mucho más que la rural. Lo cierto es que el país en su conjunto no ha logrado salir del hoyo porque no se ha atendido el tema fundamental: el de las capacidades y habilidades de los individuos, que tienen en su centro a la educación.
El punto clave es que la capacidad de crecimiento y desarrollo de una persona a lo largo de su vida, dependerá de las habilidades que logre desarrollar a partir de su nacimiento, comenzando por la salud, pero sobre todo por las que adquiera en el aula. Si la escuela lo prepara para el mundo en que vivimos en la actualidad, ese niño o niña tendrán oportunidades descomunales de desarrollo, mucho mayores a las que tuvieron sus padres y las generaciones anteriores. El éxito incipiente de la India es prueba fehaciente de que no hay nada de natural en la pobreza, ni razón alguna para suponer que ésta es una condición insalvable. Más importante, demuestra que un enfoque educativo adecuado puede hacer verdaderos milagros.
El enfoque que se le dé a la educación es trascendental. La burocracia educativa y su sindicato, sin embargo, se han mostrado incapaces de entender esta cuestión fundamental. Para empezar, no entienden los profundos cambios que ocurren en el entorno mundial, pero tampoco reconocen la centralidad de la educación para el desarrollo de las personas y, sobre todo, la nueva realidad de la globalización y lo que eso implica en términos de competencia para los educandos de hoy.
Es evidente que el magisterio o la burocracia educativa no son culpables de todos los males de la economía mexicana. La pésima calidad del gobierno en general es un factor tan trascendental para el desarrollo como lo es la educación. Pero la corrupción y el sesgo ideológico que los responsables de la educación le imprimen a ese proceso, no hacen sino preservar la desigualdad social y hacer imposible el desarrollo. El impactante éxito de la India en los últimos años demuestra que la educación es un factor determinante del éxito económico de un país y de su población en general. Además de preparar a cada uno de los estudiantes para el futuro, la educación podría permitir que la población deje de ser simple espectadora, para convertirse en el actor principal en la trama del desarrollo nacional.
La educación no tiene sentido si no le abre oportunidades a los niños de hoy, si no se constituye en el puente que haga posible que un niño pobre de hoy se transforme en un ciudadano de clase media mañana. En un país tan desigual como el nuestro, si el tema educativo no se enfoca correctamente, la igualdad de oportunidades acabará siendo, más que una utopía, otro recurso demagógico más. Todos los candidatos deberían aceptar el reto planteado por UNICEF de hacer de los niños y su educación una prioridad central.
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