Después de una pausa de cinco semanas, los candidatos presidenciales han vuelto a las pantallas, los micrófonos y las plazas públicas. Terminó el maratón Guadalupe-Reyes y ahora comienza la carrera hacia Los Pinos. Durante las próximas 23 semanas, cinco mexican@s se disputarán el privilegio de gobernar a 104 millones de compatriotas.
Las campañas tienen más ingredientes del carnaval veracruzano que de un foro de análisis sobre políticas públicas. Esperar una discusión profunda de ideas en un mitin proselitista es como asistir a un sermón de misa con la ilusión de escuchar un chiste picante. Es más sencillo besar bebés y abrazar abuelitas que explicar un estudio de viabilidad financiera para salvar de la bancarrota al IMSS y al ISSSTE.
Las campañas electorales son un reflejo de los intereses de los votantes y en consecuencia un espejo de la naturaleza humana. Los candidatos anhelan ser escuchados, su mayor pesadilla es que cambiemos de canal cuando aparece su imagen en la tele. Si quisieras convocar a mucha gente, ¿qué organizarías, un concurso de baile tropical o una conferencia sobre la reforma fiscal?
La diferencia central entre ser un buen candidato y ser un buen gobernante, es que el candidato exitoso sólo tiene que fregarse a sus adversarios electorales, mientras que un buen gobernante tiene que darle en la maceta a una poderosa red de grupos de interés: sindicatos abusivos, empresarios monopolistas, mafias variopintas y un largo etcétera. Ponte en los zapatos de los candidatos e imagínate leyendo el siguiente discurso en el Zócalo, con la voz más grave que te permitan tus cuerdas vocales: “Mexicanos, durante mi gobierno le voy a declarar la guerra a todos los sindicatos que ordeñan la riqueza de la empresas públicas; mi mandato será una batalla sin tregua contra los monopolios que exprimen al consumidor nacional los 365 días del año”. Al final de tu discurso tendrías nuevos enemigos que pondrían todos los obstáculos posibles en tu camino a Los Pinos.
Ningún candidato a Presidente tendría posibilidades de ganar si fuera totalmente sincero sobre sus planes a futuro. ¿Qué habría ocurrido si hace seis años Vicente Fox hubiera dicho en su campaña: “Amigos y amigas, en los primeros meses de mi gobierno les prometo que voy a presentar una reforma fiscal para subir el IVA en alimentos y medicinas”? Lo más probable es que si Fox hubiera discutido en público sus planes de elevar impuestos, hoy Francisco Labastida sería presidente de la República. Un candidato que dice toda la verdad es un mal candidato. La verdad a medias es una herramienta imprescindible de la política.
No podemos esperar que las campañas sean un coloquio de políticas públicas, pero tampoco nos podemos resignar a que los próximos seis meses sean una simple pachanga proselitista a costa de nuestros impuestos. El proyecto de Televisa Diálogos por México o la iniciativa Lupa ciudadana son esfuerzos encomiables para que el ruido de las matracas no apague la voz de los argumentos. La prensa y los medios de comunicación comparten la responsabilidad de elevar la discusión por encima del siquitibún a la bin-bon va.
Sabemos que AMLO, Calderón y el resto de los aspirantes no nos van a decir la neta sobre sus planes a futuro. Tampoco van a explicar a detalle las minucias de sus proyectos de gobierno, ya que correrían el riesgo de provocar el aburrimiento colectivo. Entonces, ¿por qué este circo debe prolongarse por tanto tiempo? Ocho semanas sería un periodo razonable para recorrer todos los estados del país, tocar los temas importantes y organizar catafixias y concursos de tablas gimnásticas. La iniciativa de reducir el tiempo de las campañas electorales disminuiría los costos de los comicios y ayudaría a espantar el fantasma del abstencionismo. Alexis de Tocqueville definió a la democracia como “una emoción” que posee una energía incontenible. Después de una sobredosis de campaña electoral, la emoción del ciudadano se puede tornar en hastío y la energía en apatía incontenible. Seis meses es mucho tiempo para que aguante un buen carnaval y una eternidad para que dure una conferencia.
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