Lo que está en juego

SCJN

Realmente ¿qué está en juego en la próxima elección? Por lo que se discute en el debate público, no es sólo un paquete de políticas públicas con los sesgos y sellos distintivos de uno u de otro partido político. Para algunos está en juego la democracia misma; para otros la agenda liberal que con muchas vicisitudes se implantó en el país hace más de una década; para otros la oportunidad de corregir el rumbo, el “modelo” que a sus ojos sólo ha generado pobreza. El que tanto esté en juego en un proceso electoral, por lo menos en el nivel de la percepción de actores y población en general, nos dice que una en persona, en un equipo, seguimos cifrado el futuro del país. Por más que nos guste exaltar los avances institucionales que el país ha logrado en una u otra materia en los últimos años, lo que las percepciones y temores de la gente nos revelan es que desconfiamos profundamente de nuestra fortaleza institucional.

A partir del 1997, cuando el presidente de la república perdió su mayoría histórica de la cámara de diputados, proclamamos el fin del presidencialismo tal y como lo habíamos vivimos por años. Los años siguientes, los que corresponden a la actual administración, fueron una confirmación de un mismo hecho: los poderes de la presidencia están limitados en términos constitucionales y el otrora poder que detentaba, descansaba en fuentes de poder asociados al partido hegemónico. Inauguramos así una era de contrapesos que provenían no sólo de un legislativo plural, sino también de una corte autónoma a la que no le tembló la mano cuando tuvo que contravenir alguna decisión presidencial. Si todos estos años se hemos dado por muerto al hiper presidencialismo, ¿por qué depositamos en la siguiente elección y en quién resulte ganador de la contienda el futuro del país?

Desconfiamos de nuestras instituciones. Y la desconfianza quizá no provenga de que su diseño garantice o no su autonomía. El problema de fondo, desde mi punto de vista, es que no han enraizado su credibilidad y, más importante, su legitimidad. Pongamos un caso hipotético: una elección de la que resulte un ganador por un escaso margen. La autoridad electoral proclama a el triunfo del candidato ganador pero uno de los perdedores repudia el resultado y el veredicto de la autoridad electoral, y llama a la movilización popular en defensa de su triunfo. La pregunta es si ese llamado encontraría eco. La sola duda habla del problema. Podemos elaborar una conjetura para distintos escenarios, ¿podrá el Banco de México resistir una andanada en su contra? ¿la Suprema Corte o el congreso? El blindaje, como apuntaba líneas arriba, tiene menos que ver con el diseño de una u otra organización o con los mecanismos diseñados para la sucesión de sus cabezas, que con su credibilidad y legitimidad. Ese es el blindaje que a final de cuentas vale. Sin él, las instituciones son vulnerables.

Puesto en ese plano, la próxima elección abre interrogantes inquietantes. Por eso genera zozobra. Aquella máxima de que el país no es de hombre sino de instituciones no parece, por lo menos a nivel de percepciones, tener un asidero en la realidad. Esto es quizá producto de un proceso que tarda en madurar, que tarda en enraizar. Pero un hecho es cierto, mientras el mexicano común se sienta divorciado de lo que sucede en la alturas, mientras no reciba un beneficio concreto del nuevo estado de las cosas, difícilmente estará presto a la defensa de conceptos abstractos que no le generan mejoría en su vida cotidiana. Nuestro edificio institucional en ciernes tiene que ganar legitimidad entre las mayorías. Mientras eso no suceda, en cada trance electoral tendremos el Jesús en la boca.

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