El presidente Peña completó esta semana su primera gira por Asia, despertando gran interés de la comunidad de negocios mexicana ante la urgencia de un nuevo orden en el intercambio de bienes y servicios, en particular con China. En el marco de esta visita, PEMEX firmó algunos acuerdos con empresas chinas para exportar 30 mil barriles de petróleo diarios por la próxima década (una cifra simbólica y casi irrelevante), así como ampliar el intercambio de información científica y tecnológica en el sector petrolero. El mandatario también tuvo reuniones relacionadas con la participación de inversiones chinas en proyectos de infraestructura en México, especialmente en el área de transporte público y sector ferroviario. Sin embargo, como es sabido, la cancha comercial con el gigante chino es muy dispareja por diversas razones.
Expertos y empresarios han manifestado su preocupación por el crecimiento exponencial del desequilibrio en nuestra balanza comercial con China, nuestro segundo socio en la materia. En 2012, del total de exportaciones mexicanas, solamente 1.54% correspondieron a ventas a China. Por el contrario, 15.4% de las importaciones mexicanas provienen de esa nación, lo que representa el déficit más dramático entre México y cualquiera de sus socios comerciales. Desde el punto de vista de la inversión, a pesar de que China ha puesto especial interés en Latinoamérica en los últimos años, México no se encuentra entre los principales receptores de dinero chino. Según datos de CEPAL, China se convirtió en una de las cinco potencias de inversión en la región durante 2012. No obstante, las inversiones chinas apenas representan 0.1% del total de la inversión extranjera directa en México. Esto no es casual y probablemente no responde a un desinterés chino, sino más bien a un (tal vez justificado) temor mexicano.
En teoría, en términos de políticas públicas, la ventana de oportunidad para México está estrechamente vinculada con el diseño e implementación de un marco de desarrollo en el que la inversión directa desempeñe un papel detonador en tecnología, empleo, y capacitación, y el sector exportador se integre a cadenas productivas regionales. A la par de esto, México puede aprovechar sus tratados internacionales y acuerdos comerciales para integrar sus cadenas productivas de insumos, aprovechando lo que se conceptualiza como “acumulación de origen”. Ahora bien, en la práctica, los vínculos comerciales con China deben asumirse con cautela.
Detrás de su crecimiento como potencia económica, además de las reformas emprendidas desde 1979 con el propósito de integrarse a los mercados internacionales, China carga el estigma de prácticas como el “dumping”, la piratería, la manipulación de su moneda y otras que han generado todo un compendio de demandas de varios países –México incluido—ante la Organización Mundial del Comercio. Es cierto, conforme el “gigante asiático” se ha ido integrando a la economía internacional, también algunas de esas “malas costumbres” se han visto forzadas a cambiar. Asimismo, otras ventajas naturales de los chinos han ido diluyéndose, como el bajo precio de su mano de obra. Esto último, paradójicamente, podría beneficiar a países como México por el interés de muchas empresas en instalarse en sitios de mejor accesibilidad al que continúa siendo el mayor mercado del mundo, Estados Unidos. En suma, poco a poco irán desapareciendo los “pretextos” para el proteccionismo mexicano frente a China. Lo primordial, independientemente de esta relación, es que la economía mexicana avance en competitividad y en la construcción de mejores condiciones de inversión. De otro modo, llegado el inexorable momento de competir bajo las mismas reglas, estaremos pagando las consecuencias.
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