Cuando se analiza al sistema político mexicano, se suelen desbordar lugares comunes de referencias a figuras unipersonales que lo controlan todo, por medio del urdimbre de redes imbatibles de poder–desde líderes sindicales, caciques y hasta presidentes de la República. Esto conduce a interpretaciones imprecisas sobre dichos personajes y sus capacidades, fuentes de poder y razones de existir dentro de la realidad de nuestro país. Entre estos casos se encuentra Elba Esther Gordillo (EEG), presidenta vitalicia del sindicato magisterial. En la actualidad, como en otras ocasiones en su vida, muchos analistas especulan acerca de su total decadencia, ahora a la luz de la disolución de la coalición electoral de Nueva Alianza con el PRI. Además, por ejemplo, hasta el momento las encuestas no indican que el candidato presidencial del PANAL, Gabriel Quadri, esté ascendiendo más allá del 2% de las preferencias electorales. Sin embargo, ¿realmente éstos son los únicos parámetros que debemos considerar para intuir el supuesto desplome político de la lideresa?
La fuerza de Gordillo no solamente radica en la movilización de maestros para votar o promover el voto, sino más bien en elementos como su red de contactos y clientes políticos, su vinculación a los caciques regionales de múltiples corporaciones sindicales, la presencia de sus allegados en burocracias municipales, estatales y federales, entre muchos otros. En esta ocasión, destacamos dos factores de peso que ejemplifican las principales fuentes de poder de “la maestra”: su participación en la gobernabilidad política local y federal, y el funcionamiento institucional del sector educativo. En primer lugar, siempre que se piense en el sindicato magisterial se tiene que considerar lo siguiente: hay una escuela en cada rincón de México. Por esta razón, la inestabilidad del sindicato representa tanto un problema de seguridad como un problema educativo. Un panorama así, sin un liderazgo dominante, significaría 54 secciones como problemas potenciales cada año para los estados y la federación. Basta recordar los desmanes de la sección XXII en Oaxaca o la XVIII en Michoacán. En cambio, bajo la batuta de Gordillo, salvo las mencionadas excepciones disidentes, se ha logrado coaligar a múltiples caciques regionales en un interés común. En segundo lugar, se debe comprender que la existencia misma de figuras como Gordillo está vinculada a una estructura institucional que las permite, tolera y promueve. De hecho, el fracaso de la descentralización de la educación emprendida en 1992, se debió en buena parte a la ineptitud de los gobernadores para tomar las riendas de sus sistemas locales, las cuales acabaron permaneciendo en manos del SNTE. ¿Quién sería capaz de llenar semejante vacío de poder en caso de que “la maestra faltara”? Las autoridades federales y estatales parecen no tener respuesta, o incluso, tener miedo a la misma.
Gordillo asemeja una versión mexicana de Joseph Fouché –retrato del pragmatismo y la intriga en tiempos de la Revolución Francesa—que, si bien es parte de una maquinaria política más grande que ella misma y que la coyuntura en turno, ha sabido afinar el aparato para que su funcionamiento la siga beneficiando. Elba Esther es un equilibrio cómodo, si bien no del todo virtuoso. En resumen, resulta ocioso especular si la lideresa se debilita o no. Lo importante es pensar en cómo cambiar las instituciones de manera que este tipo de liderazgos y actores políticos no generen la perniciosa percepción de que son irremplazables. Mientras esto último pasa, sin embargo, es altamente probable que la lideresa llegue al final de su ciclo político, lo cual volverá a plantear el eterno dilema del viejo sistema político mexicano: caciques vs. Instituciones.
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