No hay participación de la sociedad en las campañas y los candidatos avanzan como autómatas, suponiendo que lo que nos ofrecen es lo que queremos
Durante meses, hemos escuchado hasta el cansancio las voces de los candidatos a la Presidencia y, quizá, las frases que más han repetido son: “Lo que la gente quiere…”, “Lo que el pueblo pide…”, “Lo que México necesita…” Debemos preguntarnos: ¿Saben los candidatos realmente qué quiere la gente, qué pide el pueblo y lo que México necesita?
Los candidatos se erigen como intérpretes últimos de la voluntad ciudadana. Ellos “saben” cuáles son las necesidades y demandas de la gente y todos buscan satisfacer esas exigencias con promesas y frases retóricas, breves, estudiadas, mediáticas, lacónicas, en las que, en unos cuantos segundos, pretenden plantear, al mismo tiempo: propuesta, perfil y contrastarse.
Una de las enseñanzas que nos ha dejado esta elección es que existe una enorme distancia entre candidatos y electores. El diseño y la dinámica de las campañas ha convertido al elector, en general, en un observador pasivo. Somos ciudadanos-espectadores, simples mirones de palo. Todos los días citados, convocados, acarreados e interpretados, pero muy pocas veces realmente escuchados y atendidos.
Los ciudadanos somos los destinatarios finales de todo el trabajo de las campañas, de los candidatos y los partidos. Tenemos que entender, que las campañas son un servicio público, prestado por los partidos y los candidatos a los ciudadanos. Un servicio de información y de orientación con el fin de tomar mejor la decisión de votar.
Pero, en realidad, ¿conocen los candidatos al ciudadano mexicano?, ¿saben qué quiere realmente?, ¿alcanzan a advertir sus prioridades?, ¿saben la motivación final de su voto? Parece que no y la razón es que los candidatos se han dedicado más tiempo a hablar que a escuchar.
El viejo régimen, con su déficit de ciudadanía y de democracia, acostumbraba organizar larguísimas giras e interminables foros en los que “el candidato”, virtual presidente de México, tenía contacto con la gente, “escuchaba” las demandas de la sociedad y las “recogía” para enriquecer su plan de gobierno. Todo era una simulación. Pero la gente hablaba.
La paradoja es que hoy, en plena condición democrática, las campañas se han ido al otro extremo. Los candidatos no escuchan, sólo hablan. Los actos de campaña son la sucesión de repetidos monólogos, en los cuales los candidatos imponen su mensaje, y con suerte contestan un par de preguntas, antes de retirarse a otro evento, en el cual reproducirán el mismo formato.
Ha sido muy poca la participación de los ciudadanos en las campañas. Los ciudadanos nos volvemos objeto de ellas. Perdemos rostro y personalidad. De acuerdo con los candidatos y sus equipos, somos puntos en la audiencia, porcentajes en las encuestas y números en las plazas.
Los candidatos no se han tomado la molestia de preguntarnos: ¿qué queremos? Esta sería la primera pregunta que cualquier empresario o prestador de servicios se haría antes de buscar la satisfacción de un cliente. A nosotros, ciudadanos y patrocinadores de las campañas, nadie nos pide nuestra opinión.
Son pocas las casas encuestadoras preocupadas por agregar cuestionarios relacionadas con los temas que son de nuestro interés, aun cuando son preguntas muy generales, en las cuales apenas se alcanza a delinear el perfil de nuestras prioridades. En ocasiones se nos pregunta: ¿Qué tema es el que más nos preocupa? y, en opción múltiple, nos limitamos a contestar: seguridad pública, empleo, servicios, entre unas cuantas alternativas que se nos presentan.
No hay un ejercicio real de estudio de la ciudadanía. No hay participación de la sociedad en las campañas y los candidatos avanzan como autómatas, suponiendo y dando por hecho que lo ofrecido es lo que queremos. Hordas de candidatos en campaña de todos los partidos nos abordan todos los días, por todos lados, pidiendo nuestro voto e interpretando arbitrariamente nuestra voluntad.
Ningún candidato o partido se ha tomado la molestia de preguntarnos: ¿cómo queremos ser tratados?, ¿cómo queremos recibir la información?, ¿cómo queremos que sean los actos de campaña?, ¿queremos propaganda colgada en los postes de nuestra calle?, ¿queremos escuchar grabaciones telefónicas que interrumpen nuestro trabajo?, ¿queremos que toquen una y otra vez a la puerta de nuestra casa?, ¿queremos asistir a eventos masivos?, ¿queremos escuchar sonidos en altavoces? Y, entrando al fondo: ¿cómo queremos que sea el próximo gobierno?, ¿qué necesitamos?, ¿qué nos ha gustado?, ¿qué nos ha molestado?, ¿queremos primero empleo o primero seguridad?, ¿queremos segundos pisos o necesitamos trenes?, ¿queremos bibliotecas gigantes o libros en las escuelas?
No existe el menor estudio de mercado o mecanismo de participación para preguntarle al “cliente/ciudadano” cómo quiere que sean sus campañas y qué espera de sus gobiernos. El elector es un gran desconocido.
Necesitamos formas nuevas de vinculación entre los políticos y la ciudadanía. Votar cada tres o seis años no hace una democracia. Un voto es un buen principio para conocernos, pero no es suficiente…
e-mail: sabinobastidas@hotmail.com
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