El futuro del PRD: ¿hasta cuándo se puede vivir divididos?

Morena

El pasado 5 de mayo, el PRD cumplió 24 años en la vida política. Como suele suceder, sus festejos de aniversario se enmarcan en sus divisiones internas. Aunque la fragmentación de la izquierda mexicana no es novedad, las causas de la división en este momento en particular despiertan la interrogante sobre qué PRD vivirá para celebrar sus aniversarios futuros.
El PRD enfrenta condiciones de fragmentación mucho más riesgosas que, por ejemplo, en las postrimerías de la elección presidencial de 2006. Hoy no existe una fuerza unificadora de las tribus, como lo fue AMLO y la retórica del fraude como sustento para oponerse a (casi) todo. En cambio, el apoyo al Pacto por México por la cúpula del PRD, encabezada por Jesús Zambrano, ha generado rencillas dentro del partido. De hecho, Marcelo Ebrard, uno de los grandes ausentes en el aniversario perredista, pero uno de los mayores interesados en tomar el control cuando se renueve la dirigencia, ha manifestado su oposición al Pacto. Por lo pronto, la actual dirigencia tendrá que resolver su postura frente a los puntos más polarizantes del acuerdo: los temas energético y hacendario. Estos asuntos han sido banderas tradicionales de oposición recalcitrante de la izquierda. Apartarse de este radicalismo podría hacer partícipe al PRD de cambios sin precedente en la historia contemporánea de México, pero a costa de la reducción de una buena porción de su militancia. Este riesgo crece con un actor clave a la vista: MORENA.
MORENA, incluso antes de ser un partido político registrado, ya ha arrastrado fuera del PRD a varios de los militantes más identificados con AMLO. No obstante, esa “sangría” podría ser mayor si aquellos diputados y senadores todavía en las filas del PRD, pero claros representantes del tabasqueño, deciden convertirse en independientes y adscribirse a MORENA cuando oficialice su carácter partidista. Mientras eso no suceda y el nuevo club de AMLO no tenga la inyección del fondeo público, los incentivos para abandonar el PRD (o cualquiera de los otros dos partidos nacionales identificados con la izquierda) serán bajos. Pero si MORENA se consolida, este movimiento podría representar una amenaza más que un beneficio para la izquierda mexicana.
Paradójicamente, el PRD ha sobrevivido debido a su capacidad de mantener su institucionalidad por medio de un entorno de convivencia en la fragmentación. A lo largo de la segunda mitad del siglo XX, las diferentes corrientes de izquierda tuvieron dificultad para convivir en un sólo partido hasta la escisión de la llamada Corriente Democrática del PRI. Después se formó en torno a la figura de Cuauhtémoc Cárdenas, un frente de izquierdas capaz por fin de cimentar un partido competitivo electoralmente y con capacidades de “operación de piso”. En la actualidad, MORENA no sólo representa la aparición de un segundo bloque de izquierda que se pudiera equiparar en tamaño a un PRD debilitado, sino un competidor muy organizado en esa clase de operación.
Por último, el PRD parece estar “durmiendo con el enemigo” en su adscripción al Pacto por México. Si el gobierno federal continúa siendo exitoso en pasar reformas –ya sean varias pequeñas o una más integral—en materia de ampliación de la recaudación, éste tendrá más recursos para financiar programas como “Sin Hambre”. La penetración de este tipo de ayudas sociales competirá con las Redes Ciudadanas perredistas, sobre todo en el Distrito Federal. Perder ese bastión, junto con otros en el oriente del Estado de México, sería como si el PRD perdiera sus brazos y piernas.
Lo que no puede perderse de vista es la forma en que ha ido evolucionando la izquierda en su contenido y oferta política. Desde su nacimiento, el PRD sumó a dos contingentes que acabaron siendo agua y aceite. Por un lado, la izquierda histórica que sumó a los diversos partidos y corrientes originados en las filas comunistas, trotskistas y de trabajadores, todos ellos anti-priistas, con la izquierda del PRI que abandonó a ese partido en 1987. Cuauhtémoc Cárdenas logró mantener la unidad, pero el tiempo llevó a la existencia de dos corrientes incompatibles: un ex priismo cada vez más estatista y errático bajo el mando de AMLO y una social democracia emergente que atrae a un segmento moderno de la sociedad. Las divisiones siguen, pero evolucionan y cambian de naturaleza.
En suma, el PRD se ve dividido como siempre, aunque en esa diversidad ha solido residir su fortaleza. Resta ver si el fin de esta “tribalización”, con la posible salida de los grupos más radicales y de otros liderazgos poco afines a continuar con el Pacto, no se transforma en su gran tribulación.

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