Estados Unidos reconoce los esfuerzos del presidente Calderón en materia de combate al narcotráfico, pero las agencias de defensa e inteligencia de ese país reiteran continuamente su diagnóstico de que el Estado mexicano está en jaque (esta semana el golpe mediático vino de la CIA). El presidente Calderón y sus colaboradores han atacado frontalmente estas declaraciones y han reiterado, además del gran problema de consumo de drogas en EE.UU., la impunidad con que armas y dinero ilegal cruzan la frontera hacia México. El presidente Obama aún no tiene clara su política antidrogas y su relación con México en este tema. Por el momento se ha señalado que se combatirá el consumo, se mantendrá la colaboración –aunque el Senado norteamericano redujo la transferencia financiera acordada vía el Plan Mérida– y se hicieron detenciones relevantes que golpearon sensiblemente la estructura del narco en EE.UU. El nuevo zar antidrogas, Gil Kerlikowske, se orienta más hacia la prevención y educación en materia de drogas; sin embargo, ha recibido el mandato de detener la violencia en su frontera sur. En zigzagueo y con tensión, los dos países se acercan a admitir que deben colaborar, para reducir el consumo por un lado, y el tráfico por el otro.
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