El 19 y 20 de noviembre pasados, Andrés Manuel López Obrador encabezó, en las instalaciones del Deportivo Plan Sexenal, el Primer Congreso Nacional del Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA). Como es sabido, la intención del tabasqueño es crear un partido político donde se vea libre de ataduras –sobretodo en materia de dinero—y continuar “activo” en la vida nacional. Ahora bien, antes de que eso ocurra, MORENA deberá cumplir varios requisitos entre los que destacan: formar una declaración de principios que contenga el programa de acción y el estatuto; tener como mínimo 3 mil afiliados en al menos 20 entidades federativas o bien 300 afiliados en 200 distritos electorales, y contabilizar una membresía total de poco más de 857 mil personas (es decir, como la ley señala, un mínimo equivalente a 0.26% del padrón electoral de 2012); y, por supuesto, estar acorde con los ordenamientos establecidos en el artículo 41 constitucional. No parece encontrarse en duda que la organización lopezobradorista sí llena los puntos necesarios para lograr su registro preliminar (el cual estaría en juego hasta los comicios intermedios de 2015). Sin embargo, ¿qué podría suceder con el PRD, el partido mayoritario de izquierda en México y del que AMLO se escindió?
MORENA es la culminación de un trabajo de conformación de bases sociales que AMLO emprendió primordialmente desde su derrota en las elecciones presidenciales de 2006. Buena parte de esta clientela política sigue más a un líder que a un proyecto o institución partidista, lo cual se ha visto reflejado por mucho tiempo en la conducta de los más cercanos a López Obrador, quienes no han tenido el menor empacho en servir como sus alfiles móviles a través de los, hasta ahora, tres principales partidos de izquierda. De hecho, estos caprichosos cambios son un elemento para atreverse a apostar que, en principio, el PRD tiene todo para sobrevivir sin AMLO. Cuando las condiciones internas del perredismo no favorecían al tabasqueño, éste optaba por retirarse, lo que no siempre perjudicaba al “sol azteca”, sino que incluso lo favoreció en ciertas coyunturas (por ejemplo, cuando se pactaron las alianzas con el PAN en Sinaloa, Puebla y Oaxaca en 2010). No obstante, es importante considerar que el PRD corre ciertos riesgos a corto plazo como la pérdida de líderes con capacidades de movilización, en especial en el Distrito Federal, o una eventual fragmentación del partido, sobretodo cuando se debatan al interior posibles alianzas legislativas y electorales con el PAN (como “medio sucedió” en la discusión de la reforma laboral) o con el PRI (como ocurrió esta misma semana con el tema de la reducción de plazas en el servicio civil de carrera). A mediano plazo, el debilitamiento del voto perredista, en caso de no coaligarse con MORENA, será una preocupación dependiendo si AMLO encuentra mecanismos para volver a fortalecer su liderazgo o, en cambio, el PRD consigue encontrar una fórmula a fin de atraer a un electorado que, como se ha visto en los últimos años, tiende más a la moderación (en ocasiones cayendo en la apatía), que a radicalismos como los que, a pesar de sus esfuerzos, continuarán aflorando en López Obrador.
Con la formación del partido MORENA, la ventana de oportunidad para el PRD es interesante. La salida de AMLO y sus huestes (como el flamante presidente nacional morenista, Martí Batres) eleva el nivel de maniobra ideológico al interior del partido y –en palabras de Jesús Zambrano, el líder perredista- les permite “convertirse en una izquierda moderna”. En otras palabras, MORENA despresurizaría al PRD. Claro está que la consolidación de estos objetivos dependerá de factores como consolidar una estrategia de diálogo con el gobierno de Peña Nieto sin perder, de tenerlo, su proyecto y su identidad como oposición; definir sus posturas con enfoques más cercanos a la socialdemocracia o, al menos, a posturas de izquierda no radicalizadas; y, muy importante, posicionar a sus líderes (entre quienes queden después de la “purga”, desde luego).
La creación de MORENA como partido político concluye una era de la izquierda en México y, en buena medida, la lleva al origen de la creación del PRD. Como se recordará, el PRD se formó por la fusión de dos fuerzas muy distintas: los partidos de izquierda “histórica” que se habían ido fusionando a lo largo de las décadas anteriores, y la llamada “corriente democrática” que, bajo el liderazgo del Ing. Cárdenas, se había escindido del PRI. El nuevo partido mantuvo una paz interna mientras lo encabezó Cuauhtémoc Cárdenas; sin embargo, luego de su partida y con la creciente influencia de AMLO, las diferencias entre los dos contingentes se fueron agudizando. La izquierda histórica ha ido evolucionando hacia una moderna social democracia, similar a la chilena o española, en tanto que las fuerzas lopezobradoristas, que reúnen a los ex priistas y a los propios contingentes de AMLO, se han hecho más dogmáticos y estatistas. Imposible predecir qué ocurrirá con la interacción entre estas dos fuerzas, pero de lo que no hay duda es que el país gana una moderna social democracia que bien podría cambiar su futuro político.
La reproducción total de este contenido no está permitida sin autorización previa de CIDAC. Para su reproducción parcial se requiere agregar el link a la publicación en cidac.org. Todas las imágenes, gráficos y videos pueden retomarse con el crédito correspondiente, sin modificaciones y con un link a la publicación original en cidac.org