De acuerdo con el Programa de Resultados Electorales Preliminares (PREP), Enrique Peña Nieto tendría una sólida ventaja de 3 millones y medio de votos sobre su más cercano perseguidor en la elección presidencial del pasado 1 de julio. A menos de que suceda un cataclismo tras el recuento voto por voto de poco más de la mitad de los paquetes electorales, el ex gobernador mexiquense será declarado muy pronto presidente electo. Antes y después de la eventual victoria de Peña, algunas voces argumentan que el regreso del PRI a Los Pinos significaría un retroceso democrático, una vuelta al autoritarismo donde la ausencia de contrapesos era la divisa. Incluso, desde perspectivas más radicales, había quienes sostenían que se podría llegar a tener poder suficiente para modificar la Constitución a placer al potencialmente contar con mayoría en ambas cámaras legislativas, así como controlar casi la totalidad de los congresos locales en la República. Si a ello le añadimos que a Peña le tocaría proponer los nombramientos de dos nuevos ministros de la Suprema Corte de Justicia, el escenario parecía propicio para la futura materialización de la mayor parte de la agenda política priista. Sin embargo, el resultado que arrojaron las urnas implica que Peña Nieto distará mucho de tener el poder de un dictador o incluso de imposición: tendrá que negociar.
Asimismo, si bien existe un largo camino por recorrer en términos de cultura democrática en el país, sería un error atribuir los resultados obtenidos en esta elección exclusivamente al presunto uso de prácticas clientelares por parte de operadores priistas. Hacerlo implicaría caer en actitudes como las de López Obrador, quien ha llegado a declarar que todos aquellos que sufragaron por el PRI o son corruptos o son vendidos. Muchas personas vieron en Peña una genuina opción de recomposición del país. Por otra parte, más allá de las acusaciones de acaparamiento de medios, acuerdos ocultos y demás triquiñuelas (no muy distintas a las empleadas por las huestes perredistas en diversos estados), no se puede negar que el equipo de la campaña peñista demostró un gran talento para sortear con éxito los tropiezos intelectuales, los escándalos extramaritales y las diversas manifestaciones en contra de su candidato. Como fuera, la estrategia de comunicación de la candidatura presidencial priista resultó articulada, detallada y eficaz, lo cual acabó premiando cierto sector de la ciudadanía. Existen otros factores, por supuesto, que tienen mucho más que ver con expectativas a futuro: la necesidad de recuperar la paz, la viabilidad de reformas estructurales o la colaboración entre gobiernos estatales con el federal; todo ello sin caer en prácticas autoritarias o mecanismos informales que tantos mexicanos asocian con el PRI. De ese tamaño es el reto para Enrique Peña Nieto.
En cuanto al poder absoluto que algunos vaticinaban obtendría el PRI tras la elección, el escenario que se había planteado en el Congreso con base en las encuestas electorales no se materializó. La coalición “Compromiso por México” (PRI-PVEM), a pesar de haber obtenido el mayor número de escaños en la Cámara de Diputados y en el Senado, no logró las mayorías absolutas que pronosticaban observadores y los propios peñistas. Es decir, para lograr reformas se necesitarán construir mayorías legislativas con otros partidos, mismas que sólo se construyen a través del diálogo y la negociación con otros puntos de vista divergentes. En esa misma tesitura, PAN y PRD tendrán que trabajar para construir una fuerza opositora crítica pero también responsable. La naturaleza de la coalición (o coaliciones temporales) que se forjen en el poder legislativo dependerá de la capacidad que desarrollen estas dos fuerzas políticas para reagruparse después de la elección y negociar con el PRI. Sin embargo, el Poder Legislativo no es el único contrapeso que tiene el Ejecutivo. A lo largo de la transición democrática mexicana se han construido o consolidado instituciones que, si bien no pueden servir como garantía para los derechos políticos y sociales adquiridos en las últimas décadas, sí representan frenos para el abuso del poder. Finalmente, el contrapeso más fuerte que hoy en día tiene el PRI es el PRI mismo. Tienen una oportunidad para acabar con el estigma que lo caracterizó durante siete décadas. La tentación que muchos priistas albergaban de reconstruir el pasado quedó imposibilitada por el resultado electoral, razón por la cual nunca se sabrá qué tan sólidas eran esas instituciones y qué tan profunda es efectivamente la democracia mexicana.
Al final, esta elección demostró capacidad ciudadana de premiar y castigar, pero se definió por el voto anti PRI y por el voto anti López Obrador. Ambos candidatos y partidos capturaron una importante proporción de votos de ciudadanos que se oponían al otro, circunstancia que colapsó el voto por la candidata panista y para ese partido en general.
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