Cuando muchos daban por segura la salida del Secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, Calderón sorprendió a propios y a extraños sosteniéndolo en su posición, y articulando una estrategia de rescate. La reacción del Presidente agarró en off side a varios panistas (que dejaron a Mouriño agonizar en solitario y que buscaron activamente sucederlo) y a muchos perredistas (que creían que lo único que le faltaba al apabullante knock out que habían logrado era que el árbitro lo cantara). Sólo los priístas (que ya han vivido muchas de éstas), leyeron correctamente la situación, y fueron los iniciales y cruciales artífices del rescate. Muchos creen que Calderón está apostando por el amigo y asumiendo costos incalculables. Y no deja de ser cierto (es posible que, en el largo plazo, Calderón opte otro operador más fogueado). Pero en política el que –a la Madrazo– no construye lealtades, no llega a donde Calderón ha llegado. Ni tampoco a donde AMLO ha llegado, basta recordar su reacción frente a las ligas de Bejarano y el despido de Ebrard, y pensar donde estaría ahora el Peje sin el primero y sin el segundo.
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