Cualquier persona que haya asistido al teatro para ver una tragedia shakesperiana sabe que el segundo acto es siempre largo y doloroso, es cuando el héroe del drama frecuentemente sufre un revés. Algo así parece ocurrirle a la economía mexicana.
La visión que emerge de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público es que el país está en el umbral de una era de crecimiento sin precedente porque se está reorganizando la estructura de recaudación y se está enfocando el gasto a la promoción del crecimiento. Es decir, vamos a crecer mucho y la recaudación aumentará a raudales, alcanzando un círculo virtuoso que se fortalecerá con modificaciones legales orientadas a lograr un acelerado crecimiento de la productividad.
Sustentado en estimaciones por demás optimistas, el gobierno está incurriendo en un creciente déficit fiscal (que se inició desde el sexenio pasado), ignorando tanto la experiencia de las décadas de crisis que vivió el país como el panorama internacional que se deteriora día a día: precios del petróleo a la baja, aumentos en las tasas de interés y una baja en el crecimiento de la economía mundial. Ante este panorama, lo recomendable era prudencia, sobre todo porque una vez arrancado el gasto es muy difícil romper su espiral ascendente: la base de negociación con gobiernos estatales se eleva y los proyectos siempre son más costosos de lo presupuestado. La pregunta es por qué está dispuesto el gobierno a incurrir en riesgos tan grandes, dada una larga historia de crisis.
La respuesta es simple y llanamente que ha habido un cambio generacional en el gobierno y buena parte del capital humano técnicos experimentados que había en Hacienda ha sido reemplazado por jóvenes con ambiciosas aspiraciones políticas pero, sobre todo, jóvenes que no vivieron las crisis de los 70,80 y 90. Su disposición a incurrir en riesgos es muy superior a la que existió en las décadas pasadas.
Una segunda respuesta, no contradictoria con la anterior, es mucho más interesante porque ilustra los contrastes que caracterizan al país. El excepcional analista y observador Oliver Azuara realizó un ejercicio que permite entender mucho de la situación económica que vive el país, así como los riesgos en los que se está incurriendo. Si no fuera porque se trata de la realidad que vive una población ansiosa por salir adelante, la situación se asemejaría a un drama escrito por Shakespeare.
Azuara analizó las tendencias de las finanzas públicas en el Estado de México durante los últimos 20 años: “Algo interesante que sugieren los datos es lo que sucedió cuando el hoy presidente Peña fue gobernador. En ese periodo hubo un tremendo aumento en el rubro de ingresos propios, sin un aumento sustantivo de la deuda. Es decir, pusieron cierto orden en las finanzas públicas y cobraron impuestos, lo que les dio margen financiero para hacer obras y construir su candidatura”.
El gasto, sobre todo en obra pública, fue el sello del gobierno estatal pero, como observa Azuara, no implicó una elevación de la deuda del estado, lo que creó un círculo virtuoso. Parecía lógico que el mismo equipo extrapolara para adoptar esa estrategia en el gobierno federal.
Sin embargo, a nivel federal las cosas no les están saliendo con esa fórmula. La capacidad de recaudación sin incluir el iva estaba en un límite y la reforma fiscal, si bien aumentó la recaudación, ha deprimido las decisiones de inversión. Es decir, la hacienda federal en nada se parece a la de los estados: años de reformas fiscales y cancelación de reductos de evasión a nivel federal han dejado mucho menor margen para elevar la recaudación de lo que podría ser posible a nivel estatal.
El resultado está a la vista: crece el gasto pero no se eleva el crecimiento, lo cual implica que se acumula una deuda creciente sin beneficio en materia de bienestar económico. Asignaron los recursos antes de recaudarlos y ahora las cuentas ya no les salen, por lo que hay que endeudarse, cosa que no hicieron en el Estado de México. La cantidad de recursos para cubrir los nuevos gastos será creciente y eso es muy preocupante.
Las dos explicaciones parecen plausibles: hay una menor comprensión del riesgo en que el se incurre y una experiencia previa que no es traducible a la realidad actual. El resultado es una economía paralizada, en un entorno cada vez más complejo y negativo tanto por lo que toca al resto del mundo, como por los desequilibrios internos en que se estaría incidiendo.
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