Los resultados electorales en Guerrero dejan de ser la excepción que confirma la regla y se convierte en la regla misma: desestimar a un candidato que cuenta con una estructura político-electoral considerable, construida a lo largo de los años para privilegiar la designación de un candidato carente de estructura pero que cuenta con el respaldo de la cúpula partidista dispuesta a inyectarle considerables recursos económicos y políticos –incluyendo la de precandidatos a la Presidencia de la República. El resultado: la derrota electoral.
Ya lo había demostrado Sinaloa el año pasado –y en cierta forma Puebla y Oaxaca también– con un candidato que poseía una estructura y base social local fuerte y fue descartado por su partido para designar a un candidato más acorde a sus intereses y simpatías. La consecuencia fue la indisciplina, seguida por su renuncia como militante, el acercamiento con los partidos de oposición –quienes deciden postularlo como su abanderado bajo la modalidad de alianza electoral– y finalmente, haciendo uso de su estructura partidista, ganó la elección.
Si bien Guerrero y Sinaloa son casos que afectaron al PRI, despreciar a un candidato poseedor de una fuerte estructura local no es privativo de este partido. En Baja California Sur, la disputa por la candidatura del PRD a la gubernatura del estado generó el mismo resultado: la división del perredismo local (con consecuencias nacionales), el abandono del precandidato “perdedor” de las filas del partido y su posterior asunción como candidato por parte del PAN, quien en las diversas encuestas hechas públicas recientemente aventaja al candidato del PRD en la intención de voto, abriéndole grandes posibilidades de victoria. De nueva cuenta, el resultado parece repetirse.
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