Las causas de la derrota del PRI en cuando menos tres estados (Oaxaca, Puebla y Sinaloa) están sobre todo en su pésima selección de candidatos y en los gobernadores que los postularon. En contraparte, el éxito de los aliancistas consistió en identificar el fracaso del PRI para presentar candidatos competitivos –síntoma en algunos casos de su incapacidad para encaminar aspiraciones y resolver conflictos entre sus cuadros en lo local. Las alianzas, de origen con una lógica pragmática de impedir la consolidación del PRI, presentaron candidatos con posibilidades de ganar, expriístas populares, con habilidades políticas y estructura de apoyo electoral propia.
El éxito de las alianzas es en cierta medida una victoria para el anti priísmo, pero también, paradójicamente, una victoria de la cultura política que el PRI construyó y que perdura a nivel local en muchas entidades. Fue necesario recurrir a expriístas para darle la vuelta a la reprobación del gobierno de Calderón y al desorden que vive el perredismo. Las derrotas de PAN y PRD en Aguascalientes, Tlaxcala y Zacatecas son también muestra de ello.
Esta capacidad del PRI a lo largo de las últimas décadas para formar líderes locales —el PRI como semillero— no debe, sin embargo, ocultar la derrota del PRI como instituto político el pasado domingo en tres estados; pero tampoco el hecho de que otros partidos políticos han sido incapaces de vencer a quienes hacen política a la vieja usanza —el PRI como cultura– y que no han creado una agenda para los temas relevantes y el futuro del país.
Estas elecciones reposicionan a las alianzas –ganaron 3 de las 4 candidaturas que postularon. Demostraron que cuando los partidos no estorban, sirven para darle un vehículo y una nueva identidad a un liderazgo local real que no encontró cabida en la estructura política local dominante; añadiéndole de paso la legitimidad y los votos de quienes se oponen al PRI. Los resultados recuerdan también que a pesar de la prevalencia de liderazgos culturalmente afines al PRI e incluso formados por éste, la idea de una maquinaria electoral imparable camino al 2012 no tiene fundamento. Finalmente, la derrota del “carro completo” del PRI como instituto político debilita a Peña Nieto como único vehiculo al 2012, y fortalece a actores como Beltrones, equilibrando las fuerzas al interior del PRI, haciendo la elección de candidatos presidenciales más competitiva, y por ende, mejorando las posibilidades para los aspirantes de otros partidos también.
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