Cuánta volatilidad en el elector. Las encuestas retratan las preferencias del elector en un momento determinado, son una fotografía se suele decir. Y estas fotografías reflejan a un segmento del elector que es independiente, sin lazos que lo aten a partido político alguno. En este segmento hay volatilidad, la preferencia que emiten por un candidato un día puede ser distinta a la que expresen el día siguiente. Mensajes, ataques, aspiraciones, frustraciones todo ellos se conjuga para definir la preferencia y, eventualmente, el voto. Si partimos de lo que las encuestas nos dicen el día de hoy, la próxima contienda estará harto peleada. El escenario que se prefigura es el de un resultado cerrado. El peor, si consideramos que no existe un espaldarazo unánime, unísono, a los árbitros en esta contienda. El peor, cuando a unos días de elección oímos de nuevo los coros cantando fraude, elección de Estado. Cuánta similitud en el reclamo, cuánta distancia de aquel México en el que existía certeza anticipada sobre el resultado de la elección.
Los partidos juegan en esta contienda con las reglas que ellos mismos definieron y sancionaron. Son las reglas que se establecieron con la histórica reforma de 1996, y bajo cuyos auspicios se han celebrado tres elecciones federales. Son las mismas que llevaron a Vicente Fox a la presidencia, las que asumieron los priístas al reconocer su derrota en el 2000, las que permitieron un avance importante del PRD en el congreso en la elección intermedia del 2003. Es un marco normativo imperfecto, si concedemos razón a sus detractores, pero establece las bases necesarias para dirimir la disputa por el poder. En todo caso, los partidos y sus bancadas legislativas, tuvieron largos años para proponer y modificar los componentes de esta legislación que consideraban oprobiosos, contrarios a la equidad y transparencia. Pero en todos estos años partidos y políticos hicieron mutis. Callando le otorgaron validez.
En todos estos años de reformas electorales incrementales, efectivamente cambiamos las reglas del juego electoral. Lo que no hemos logrado es una transformación de tal envergadura en los actores mismos. Criados en las tradiciones, en la retórica y las usanzas del viejo sistema, aceptan los cambios del entorno pero sin abandonar sus viejas propensiones. Desde la compra o coacción del voto, hasta la descalificación de un resultado cuando éste no le es favorable. Nuestra burocracia electoral, sus costosísimos controles, todo está diseñado para contener a los políticos que no aprenden o no quieren aceptar las reglas. Tenemos una democracia sin demócratas e instituciones cuya capacidad de servir como contrapeso está sistemáticamente a prueba. Podemos erigir al infinito controles, pero nos toparemos siempre con la misma piedra.
Diversas elecciones estatales han estado marcadas por irregularidades. Algunas importantes han acabado por dirimirse en tribunales. Los fallos del Tribunal Federal Electoral, última instancia del proceso, han sido acatados en casi todos los casos. La instancia electoral ha probado su autoridad. Sin embargo, llevar al límite cada elección no augura nada bueno para la democracia mexicana porque siempre estará presente el riesgo de la fractura.
La próxima elección es ominosa. No sólo por lo cerca que están los dos punteros en las intenciones de voto, sino porque con anticipación se desacredita la elección y se amenaza con lo que vendrá. Movilizaciones nunca antes vistas, resultado de la polarización que las campañas han generado, rezaba una declaración de un allegado de AMLO a un diario estadounidense. El peor escenario para el IFE, si dos de los tres contendientes principales ponen en duda la validez de la elección.
Jugar con fuego es peligroso porque uno puede acabar quemado. Ojalá que ésta máxima popular se aplique a aquellos que con toda impunidad se quieren saltar las trancas.
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