Los resultados recientemente publicados por algunas empresas encuestadoras han desatado una activa discusión sobre el papel de las encuestas en las elecciones, y el uso político que puede dársele a sus resultados. Dicho debate ha girado en torno a puntos como la falta de transparencia respecto al financiamiento de las encuestas, el marco metodológico que las rige, e incluso su capacidad para predecir el futuro. Sin embargo, la pregunta relevante a este respecto es cuál es el verdadero alcance de las encuestas en el análisis del escenario político en una elección.
El poder del resultado de una encuesta se centra en la noción de que existe una posibilidad de, con tan solo un número, dar al lector una idea de la realidad en un momento dado de la elección. Al ser un atajo de información, resultan atractivas y es por eso que se supone que pueden modificar la percepción y el ánimo de una contienda. Tal es el caso de las encuestas publicadas por de GEA-ISA y Mercaei, cuyos resultados colocan a Josefina Vázquez Mota en segundo lugar y a tan sólo 4 y 7 puntos de distancia de Enrique Peña Nieto, respectivamente. No obstante es necesario remarcar que no fue el resultado por sí solo el que parece haber creado una percepción de que la panista tiene posibilidades de vencer al puntero, sino el discurso y la estrategia de comunicación emprendidas por el PAN a su alrededor y encabezados por el Presidente Calderón. Discurso, además, reforzado por la concentración de los esfuerzos de los priístas en contra el Presidente y la candidata, lo cual contribuye a consolidar la percepción de que es la enemiga a vencer. En este sentido, surge un dilema respecto a qué tanto es posible confiar en las encuestas, dado que éstas pueden ser utilizadas y -en opinión de algunos- hasta sesgadas, para generar cierta apreciación en el elector. La respuesta a esta disyuntiva es simple: las encuestas son sólo un elemento más que hay que tomar en cuenta cuando se trata de analizar el estado de una elección.
El caso de la elección por la gubernatura de Michoacán, donde varias encuestas predecían el triunfo de la candidata panista, evidencia que pueden darse brechas entre el escenario que presenta una encuesta y el que percibe el electorado. Desde luego, es importante reconocer que el caso de Michoacán es anómalo porque una porción importante de su territorio no fue encuestado luego de que fueron secuestrados, temprano en el proceso, un número de encuestadores. De esta manera, la discusión sobre cómo evitar que las encuestas puedan ser manipuladas para reflejar un resultado determinado es vigente, y ocupará a la industria y a las autoridades en el futuro. No obstante, cualquier observador que obviara elementos como los antecedentes de votación, los perfiles de los candidatos o las formas de operación de los partidos, por ejemplo, reduciría considerablemente sus probabilidades de pronosticar un resultado electoral. Quien intentara encontrar en las encuestas la verdad absoluta de la elección presidencial, experimentaría tantos desencantos como quien hace uso de una bola de cristal para ver su futuro. Sin embargo, quien pretendiera ignorar o sólo descalificar sus resultados, estaría igual de equivocado.
Al final del día, aunque las encuestas todavía no tienen una larga tradición en el país, éstas han demostrado su función y confiabilidad. Para la contienda de este año habrá que esperar a que las diversas casas encuestadoras confirmen o rechacen las tendencias que hasta ahora se han manifestado: igual si muestran que se cierra la brecha que si ésta se mantiene muy amplia.
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