Vuelve la alternancia al gobierno federal. Contrario a la acaecida en 2000, pocos se encuentran desbordados frente al regreso del PRI a Los Pinos. No obstante, en el sentir de varios analistas y en ciertos sectores de la población existe una marcada expectativa de que “las cosas van a mejorar”. Para bien o para mal, a pesar de la estabilidad macroeconómica, el impulso a la infraestructura y de algunos avances institucionales, las evaluaciones sobre la administración Calderón otorgan –no sin razón—un peso significativo al fenómeno del escalamiento de la violencia del crimen organizado. Esto ha generado sentimientos de desasosiego que hacen ver una esperanza –independientemente de lo que la sustente—en el cambio de gobierno. En esta última semana del sexenio 2006-2012, vale la pena preguntarse: ¿en qué situación recibirá Enrique Peña al país?
En los últimos días, los recuentos de la gestión calderonista abundan y suelen ser desde complacientes –los menos—hasta crueles y, en cierta forma, inoportunos –a esos se les cuestiona por qué no mostraron esa vehemencia en sus ataques en otras etapas del sexenio. Desde los miles de ejecutados –de ningún modo achacables de manera directa al presidente—, desaparecidos, pasando por las advertencias estadounidenses sobre el riesgo de acabar siendo un “Estado fallido” (failed state), hasta las evidencias de una deficiente coordinación entre las instancias del aparato de seguridad, han ensombrecido irremediablemente al gobierno de Calderón.
No obstante, es importante no perder de vista la herencia positiva del Calderonato. La inflación se mantuvo a tasas promedio del 4.3% durante el sexenio, mientras que la deuda nacional se encuentra en 42.9% del PIB según el Fondo Monetario Internacional, y las reservas internacionales alcanzan niveles históricos. Tampoco se deben olvidar los avances sin precedente en infraestructura carretera y portuaria, la instalación de miles de pisos firmes, el gran esfuerzo por conseguir la cobertura universal de salud, entre otras.
Hacia el futuro, la expectativa positiva sobre la nueva presidencia parte fundamentalmente de dos puntos. En primer lugar, hay un ánimo de confianza en la capacidad política, técnica y operativa del equipo peñista que asumirá los cargos clave en su administración tanto por el componente con un estilo tecnócrata similar al de la élite política del salinismo como por la hábil operación política que caracterizó a su gubernatura y a la campaña presidencial. En segundo lugar, la creencia de un gobierno mucho más eficaz en comunicar y conducir los asuntos públicos, aunada a un conocimiento más acabado en cuanto a las formas, la negociación y el manejo de la política en el sistema mexicano. Esto se suma a que los dos principales partidos de oposición, PAN y PRD, se encuentran en momentos de una redefinición histórica que los deja en una posición de relativa debilidad frente al PRI. En efecto, se puede afirmar que el PRI estaba en esa circunstancia tras su derrota en 2000.
Vale remarcar que el panismo nunca tomó ventaja de esa debilidad priista y prefirió, ante su inexperiencia, acogerse a las estructuras de gobierno existentes y, en consecuencia, dejar sobrevivir el fuego que le ha quemado paulatinamente las entrañas.
Ahora, a partir del 1 de diciembre, las principales fuerzas políticas del país vivirán sus propios procesos de aprendizaje. El PAN deberá asimilar el estigma de haber sido “sacado de Los Pinos”, con todo lo que ello implica. El PRD y la izquierda en general tendrán (otra vez) que reagruparse y reconstruir liderazgos para volver a intentar su consolidación (hasta ahora fallida). Por su parte, Peña y el regreso del PRI al poder representan una nueva alternancia que, para muchos, es una especie de vuelta al pasado con miras al futuro. ¿Será? Hasta este momento, lo único que parece certero es que el nuevo equipo reconoce que obtuvo una nueva oportunidad misma que no será permanente. En consecuencia, es de esperar un gobierno sumamente activo y decidido. La pregunta es si además de su habilidad para hacer las cosas tendrá claridad sobre lo que hay que hacer.
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