El pasado 17 de septiembre, Marcelo Ebrard acudió a la Asamblea Legislativa del Distrito Federal para presentar su Sexto Informe de Gobierno. En un entorno amable al alcalde capitalino –con una abrumadora mayoría de legisladores del bloque de izquierda—y con un formato sin posibilidad de intercambios de opinión y críticas –al añejo estilo de los informes de gobierno—, la gestión de Ebrard fue aprobada y aplaudida. Los puntos más exaltados fueron los avances en transporte público, movilidad, mantenimiento a servicios de la ciudad, la recuperación de espacios públicos y mejora en calidad de vida. Dado el estatus obvio de Ebrard como pre candidato a la presidencia para el 2018, es importante preguntar ¿qué se puede decir más allá de los aplausos?
Si bien, como señaló el diputado Alberto Cinta del PVEM, desconocer los avances de la ciudad “sería un acto de insensatez”, es importante establecer que no todo el informe fue miel sobre hojuelas. La oposición denunció la política clientelar de programas sociales –lo que elevó el poder político del PRD en la ciudad-, la falta de combate a la corrupción, una agenda incompleta en materia verde, y la generación de la Supervía y segundos pisos que beneficiarían particularmente a las familias con alto poder adquisitivo. En su respuesta, Ebrard resaltó la construcción de la línea 12 del Metro –anunciando su apertura el siguiente 30 de octubre y de beneficio directo a familias en estratos sociales bajos-, los avances del Programa de Acción Climática de la Cd. de México 2008-2012, y la generación de una marca país al hacer de la Ciudad de México el referente internacional de una ciudad moderna. Al respecto, hay una importante diferencia de la Ciudad de México frente a otras entidades. Su dinamismo, movilidad de factores de producción y el flujo de información genera dos efectos: por un lado, una mayor demanda de otorgamiento de servicios públicos, y mejoras en temas de urbanismo; por otro lado, al sustentar una población con mayores niveles de ingreso existe una clara pugna por bienes posmodernos, un electorado más crítico y exigente, una agenda liberal clara y un empuje a temas verdes. Marcelo Ebrard comprendió éstas demandas convirtiéndose en ávido generador de políticas urbanas y el líder de las políticas social-demócratas del país, un nicho creciente que aún no ha llegado a ser explotado electoralmente y no ha formado parte de una campaña presidencial.
Políticamente, Ebrard tejió fino a lo largo de su gestión en diversos aspectos. Se recuerdan capítulos como la negociación con “Juanito” en el 2009 para que “pidiera licencia” y cediera la delegación Iztapalapa –la de mayor acceso a recursos en el D.F.— a Clara Brugada (tal como lo había mandatado AMLO por cierto), su respuesta inmediata durante la crisis de la influenza ese mismo año (declaró la cuarentena antes que el gobierno federal), su liderazgo en el seno de la Conferencia Nacional de Gobernadores (CONAGO), hasta la consolidación del PRD como partido hegemónico en la entidad, lo cual se tradujo en avasalladoras victorias en las elecciones locales de 2012.
Por otro lado, en testimonio a la mediocridad que caracteriza al país y a las bajas expectativas de su población, la ciudad de México no ha experimentado una modernización seria de sus policías, una transformación de su poder judicial o una mejoría en la calidad de sus escuelas. El contraste con lo que ocurre en otras entidades del país ha sido una fuente de enorme beneficio político para su jefe de gobierno saliente.
A fin de extender la evaluación de la gestión de Marcelo Ebrard, a continuación presentamos una serie de indicadores socio-económicos, de seguridad y gobierno, a manera de comparativo de cómo encontró la capital en 2006 cuando asumió el poder local.
Finalmente, queda la pregunta: ¿le alcanzará su buen balance a Ebrard para emprender con éxito su ya reconocida pretensión de contender por la Presidencia de la República en 2018? Uno de los principales problemas de una eventual candidatura ebrarista fue claro en el reciente proceso electoral. Durante los últimos seis años, el todavía jefe de gobierno capitalino no fue capaz de trascender su mensaje y popularidad más allá de las fronteras inmediatas del D.F. Además, sin acceso a un cargo público como escaparate nacional, esto se complica más. Sin embargo, la política suele generar espacios y oportunidades inesperadas. Por lo pronto, ante el ocaso de AMLO, y de cara a la probable evolución del electorado nacional hacia un perfil más lejano al tradicional conservadurismo, menos rural, más educado, Ebrard pudo sentar buenas bases para su futuro político.
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