¿Gobierno y democracia?

Presidencia

En su extraordinario libro sobre la forma en que los soviéticos controlaron e impusieron su ley sobre las naciones de la “cortina de hierro”, Anne Applebaum* muestra cómo las más exitosas luego de la caída del muro de Berlín fueron las que experimentaron el desarrollo previo de una “élite alternativa”. Ahí donde hubo activas discusiones sobre la forma de modernizar la economía o ampliar los derechos civiles, así como colaboración entre personas que, en el tiempo, establecieron relaciones de confianza, la transición fue tersa y casi natural. En Polonia, Solidaridad, el sindicato de Walesa, llevaba una década articulando formas distintas de gobierno; en Hungría grupos de economistas analizaban y comparaban esquemas de desarrollo económico. En sentido contrario, donde no se dio ese ejercicio, los viejos políticos comunistas se disfrazaron de demócratas y se apropiaron nuevamente del poder. Al leer el libro me preguntaba ¿a cuál de los dos se parece más México?
El retorno del PRI ha creado una enorme ola especulativa. Para unos constituye el fin de la esquizofrenia, para otros la renovación de la rueda de la fortuna. La pregunta para los ciudadanos por necesidad tiene que ser distinta: cuáles serán las implicaciones del cambio para el ejercicio de sus derechos, el desarrollo del país, su ingreso familiar y su seguridad.
Si el éxito se debió a la existencia de capacidad de gobernar por parte de élites alternativas, ¿en qué nos parecemos y diferenciamos de aquellos? México lleva décadas desarrollando una extraordinaria capacidad técnica para poder conducir los asuntos del gobierno; la sociedad civil crece y va adoptando formas cada vez más sofisticadas, todo lo cual sugeriría una semejanza con los países exitosos.
Por otro lado, hay rasgos, como la disfuncionalidad política reciente, que sugiere una similitud con las naciones menos exitosas. En contraste con el totalitarismo soviético, el sistema político mexicano permitió el desarrollo (limitado) de partidos de oposición y, a regañadientes, fue tolerando sus victorias. La lógica hubiera indicado que, en forma paralela a su creciente presencia en gobiernos locales y, eventualmente estatales, esos partidos habrían desarrollado capacidad para gobernar. Sin embargo, con pocas y notables excepciones, eso no ocurrió en el PAN y sólo de manera limitada con el PRD. El hecho de que prácticamente todos los candidatos de las coaliciones PAN-PRD hayan sido originalmente priistas habla por sí mismo.
No faltan intentos de explicación. Algunos afirman que la cultura de los panistas es incompatible con las funciones de gobierno: que no tienen la malicia que se requiere para ejercer el poder. Otros concluyen que el problema es cultural: la ausencia de demócratas. Algunos más sagaces reconocen que el entuerto yace en los alicientes e incentivos. Por ejemplo, Fox había sido tan exitoso por el hecho de ganar la elección que su potencial de superar ese hito era pequeño, creando el perverso incentivo de no hacer nada ya en la presidencia.
Applebaum compara a los europeos con la “primavera árabe” e infiere que las élites alternativas no surgen en un vacío y que, especialmente en los países menos exitosos de Europa, tomaron años en consolidarse. Su conclusión es que ahora que muchos comienzan a enterrar a las incipientes democracias levantinas es justo cuando éstas quizá comiencen a germinar. ¿Se podrá decir algo similar de partidos como el PAN y el PRD que enfrentan procesos fundamentales de redefinición interna?
Estas cavilaciones me hacen pensar que el país enfrenta un reto fundamental que seguramente acabará definiendo su devenir en los próximos años. Una posibilidad es que el gobierno priista se afiance, rompa los impedimentos que han mantenido semi paralizado al país y logre su sueño de retener el poder per secula seculorum, o lo que eso implique en un marco de competencia democrática. Otra posibilidad sería que el intento de gobernar sin asumir costos acabe en un desempeño mediocre que le lleve a perder la próxima elección presidencial. Nada está escrito y todo puede ocurrir.
La mayoría de las reformas de las últimas décadas, incluidas las recientes, han avanzado sin plan, sin proyecto y sin acuerdo político de por medio. El resultado se puede observar en la mediocridad del resultado y en el nivel de conflicto y rencor político que lo acompaña. Lo que ocurra en los próximos años dependerá de la sumatoria de acciones ciudadanas y de sus organizaciones, de la forma en que evolucionen los partidos políticos y del grado de éxito que logre el gobierno.
Como responsable de gobernar y de la conducción de los asuntos públicos, el gobierno tiene la oportunidad de crear condiciones que faciliten el desarrollo de esa élite alternativa y, con ello, incidir en su conformación. En lugar de simplemente dejarse llevar por la inercia del viejo PRI que trae en las entrañas, dedicarse activamente a construir un nuevo sistema político, uno compatible con los retos que enfrenta el país en el siglo XXI.
En su historia sobre el colapso de Roma, Edward Gibbon describe cómo las leyes acabaron siendo tan numerosas y el gobierno tan arbitrario que se paralizó: “uniendo los males de la libertad y la servidumbre” al punto en que destruyó a su propio imperio.
México ha pasado por dos alternancias de partidos en el poder pero no ha logrado consolidar un sistema moderno de gobierno. Podrá seguir en la mediocridad, colapsarse como Roma o intentar el camino del desarrollo.
*Iron Curtain: The Crushing of Eastern Europe

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Luis Rubio

Luis Rubio

Luis Rubio es Presidente de CIDAC. Rubio es un prolífico comentarista sobre temas internacionales y de economía y política, escribe una columna semanal en Reforma y es frecuente editorialista en The Washington Post, The Wall Street Journal y The Los Angeles Times.