Aunque los resultados electorales aún no son oficialmente definitivos, y que todavía falta hacer algunas sumas y restas para definir con exactitud el número de legisladores con los cuales contará cada bancada partidista en el Congreso, ya contamos con suficiente información para realizar un bosquejo de lo que será la LXII Legislatura. A diferencia de lo que muchos pensaban –irónicamente a partir de las encuestas- durante la campaña, la pluralidad no fue devastada y el PRI no tendrá un mandato sin contrapesos. El Revolucionario Institucional no logró alcanzar la mayoría absoluta en las cámaras, aunque si se colocará como la primera fuerza dentro de ellas al tener, en coalición con el PVEM, entre 232 y 240 diputados, y entre 57 y 62 senadores. Si bien en el Senado la coalición casi duplicó sus escaños (lo cual no le alcanzará para la mitad más uno de los asientos), en la Cámara de Diputados no tendrá un número muy distinto de tribunos a los que ostentó durante la última Legislatura. Esta distribución será el primer obstáculo para Enrique Peña Nieto hacia la realización de las reformas estructurales (energética, laboral y fiscal) que los ejecutivos panistas no pudieron negociar.
En este sentido, el mayor reto para el PRI será la coalición de izquierda que, al ser la segunda fuerza en la Cámara de Diputados –la encargada de aprobar el paquete presupuestario anual—, se convierte en su principal oposición. El Partido de la Revolución Democrática, Movimiento Ciudadano y el Partido del Trabajo duplicaron sus curules en la Cámara de Diputados, aunque en el Senado se mantendrán como tercera fuerza con menos de 30 escaños. Dentro del bloque progresista, los legisladores más afines a López Obrador podrían ser los menos proclives a cooperar en las negociaciones de las iniciativas que eventualmente envíe la Presidencia priista. Según los analistas, las “sub-bancadas” lopezobradoristas podrían conformarse por alrededor de 60 diputados (incluido el coordinador de la campaña de AMLO, Ricardo Monreal) y de al menos 10 senadores (entre quienes destacará Alejandro Encinas).
Finalmente, el Partido Acción Nacional fue el gran perdedor de la contienda pues disminuyó su representación en la Cámara de Diputados en 15% (de 142 a 118 curules), y en el Senado en 25% (de 52 a 38 escaños). El PAN perdió sus bastiones localizados geográficamente en el occidente y noroeste del país –por ejemplo, en la legislatura pasada tenía 10 diputados por el estado de Jalisco y 8 por el estado de Baja California, hoy sólo tiene 1 por cada estado. Uno de los problemas a los que se está enfrentando el partido, y que se refleja en sus resultados electorales, es una crisis de cuadros a nivel local –tras un paulatino abandono de la vocación municipalista que le dio legitimidad y fuerza en sus años como oposición—, lo cual lo ha llevado a postular a malos candidatos. Sin embargo, no todo son perdidas, y el PAN logró colocarse como la primera fuerza política en las representaciones legislativas federales de Tamaulipas y Coahuila, bastiones tradicionalmente priistas. Al parecer, los presuntos nexos con el crimen organizado del ex gobernador tamaulipeco Tomás Yarrington y el mega-endeudamiento de la administración del coahuilense Humberto Moreira, le cobraron la factura al PRI.
En suma, Peña Nieto y el PRI deberán forzosamente negociar con las bancadas de oposición si quieren conseguir avanzar sus principales temas de gobierno. No obstante, a diferencia de lo ocurrido durante la docena panista, el ex gobernador del Estado de México y sus bancadas legislativas podrían tener mayores talentos de negociación y conciliación que sus antecesores. Ahora bien, a pesar de que suele señalarse al PANAL y al Partido Verde como aliados naturales del priismo, dicha alianza no es incondicional (como nada lo es en la política). Por lo tanto, el panorama legislativo que viene estará muy lejos de ser aburrido. Por lo mismo, representa una gran oportunidad.
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