Héroe y verdugo

EUA

Las guerras generan muerte, violencia, tragedias e historias. Desde las batallas entre Atenas y Esparta cuatro siglos antes de Cristo hasta la invasión a Iraq, la narración bélica es un efecto colateral de todo conflicto militar. En la antigua Grecia, Tucídides escribió Las guerras del Peloponeso. Hoy, la literatura, el cine y hasta la televisión compiten para relatar hechos y ficciones derivados de los conflictos armados de nuestro tiempo. Vencedores y vencidos generan sus propias narrativas para dar su versión de las cosas.

Durante las últimas décadas del siglo XX, James Bond, Rambo y Rocky Balboa fueron las respuestas de Hollywood al contexto histórico de la Guerra Fría. Un agente secreto al servicio de su majestad británica, un ex combatiente de Vietnam y un boxeador de Filadelfia pintaron entretenidas caricaturas del conflicto global entre capitalismo y comunismo. No se puede alabar a Rocky IV por su rigor académico o su visión objetiva de la historia, pero la película forma parte de la narrativa cultural de la época. En la escena final del filme se enfrentan en el ring el boxeador ruso Ivan Drago, con la hoz y el martillo bordados sobre sus calzoncillos rojos y Sylvester Stallone, con sus shorts de la bandera gringa. En un duelo maniqueo, predecible y entretenido, el púgil italo-americano vence a la máquina de músculos de la Unión Soviética. La imagen de Rocky Balboa con el rostro hecho puré, pero con el orgullo capitalista intacto, es uno de los íconos visuales de la Guerra Fría.

El mundo se ha vuelto un lugar mucho más complicado desde aquellas películas ochenteras. Antes, los villanos de James Bond tenían looks y acento de Europa del Este. Los nuevos enemigos ya no son agentes de la KGB, una agencia estatal de espionaje, sino miembros de organizaciones no gubernamentales dedicadas al terrorismo. Antes la mayor amenaza a la seguridad de Occidente era un duelo de misiles nucleares entre dos superpotencias, hoy el peligro es un hijo de vecino con una navaja a bordo de un Boeing 727.

A las pocas semanas de los ataques terroristas contra Manhattan y Washington, la industria norteamericana del entretenimiento ya tenía una narrativa actualizada de los eventos globales. Cuando los aviones se estrellaron en las Torres Gemelas, la cadena Fox ya tenía filmado el primer capítulo de la serie 24 horas, que estrenaría su primer temporada en noviembre de 2001. El agente antiterrorista Jack Bauer, protagonista del programa, es el héroe que tiene que enfrentar a los villanos de nuestra era: neonazis gringos, fundamentalistas islámicos y narcos mexicanos.

Una de las diferencias principales entre la realidad y un programa de tele es la secuencia del tiempo. En la vida real una hora tiene 60 minutos, pero en la TV se pueden comprimir los eventos de un día, una semana o una década en una sentada en el sillón. 24 horas borra esa diferencia, ya que la narración ocurre en tiempo real. Cada capítulo ocupa una hora en la existencia de los personajes.

La originalidad de la serie no termina ahí. Las escenas de violencia explícita involucran con frecuencia prolongadas sesiones de tortura. El propio Jack Bauer es un experto en “métodos poco convencionales de interrogatorio”. El nuevo héroe americano es un torturador profesional. El guión legitima el uso de violencia física y psicológica contra prisioneros indefensos. Ya hay un sitio de internet especializado en dar seguimiento a la tortura en la serie de TV (www.jackbauertorturereport.com). Soldados de Iraq confesaron que han aplicado sobre sus prisioneros los brutales procedimientos de Bauer. 24 horas es a la tortura lo que Plaza Sésamo a la lecto-escritura.

Mi problema personal con 24 horas es que me resulta ideológicamente repulsiva, pero incurablemente adictiva. Los héroes de nuestro tiempo son padres de familia afectuosos en el desayuno y verdugos modernos en sus horas de oficina. Esta complejidad rompe con las narrativas del siglo pasado, donde los personajes buenos tenían el monopolio de todas las virtudes. En estos tiempos tan confusos, los héroes contemporáneos tienen una dualidad moral insoportable.

La reproducción total de este contenido no está permitida sin autorización previa de CIDAC. Para su reproducción parcial se requiere agregar el link a la publicación en cidac.org. Todas las imágenes, gráficos y videos pueden retomarse con el crédito correspondiente, sin modificaciones y con un link a la publicación original en cidac.org

Comentarios

Etiquetas: