Dos de las religiones monoteístas más importantes del planeta han padecido ofensas graves en tiempos recientes. Unos meses atrás, los musulmanes de todos los rincones de la Tierra se irritaron profundamente con la publicación de las caricaturas de Mahoma en un periódico danés. Esta semana, los fieles católicos se indignaron con el estreno de la película El código Da Vinci. Tanto las viñetas del profeta islámico como el Código son considerados obras que blasfeman ambos credos.
Las descripciones orales y escritas de Mahoma son aceptadas por todas las corrientes del islam, pero existe una disputa teológica sobre la representación gráfica del Mensajero de Alá. Aunque el Corán no menciona nada al respecto, algunos musulmanes consideran que la adoración de imágenes humanas o animales fomenta una idolatría propia de las religiones paganas. En algo están de acuerdo todas las vertientes del islam: una ofensa a Mahoma es de los actos más despreciables que puede cometer un ser humano.
La novela de El código Da Vinci y su versión cinematográfica se basan en la premisa de que Jesucristo no fue el hijo de Dios, sino un profeta que amó a una mujer. De aquella relación amorosa nació un linaje que subsiste hasta la actualidad. La ficción del novelista Dan Brown forja un mito paralelo a los Evangelios y pone en duda las narraciones tradicionales sobre las que se fundan las Iglesias católica y protestante.
¿Cómo reaccionaron los creyentes de ambos credos ante las respectivas herejías? Docenas de personas murieron durante las protestas contra las viñetas de Mahoma, se incendiaron embajadas y consulados europeos en Medio Oriente y se generó una crisis de proporciones globales. ¿Y los cristianos ante El código Da Vinci? En un pueblo de Italia, un grupo de fanáticos intentó quemar ejemplares del best seller en una plaza pública pero en respuesta recibieron una lluvia de jitomatazos. En México, un tipo rompió unos cristales del cine y mordió a un policía al terminar la película. Los católicos sufrieron el agravio en lo más íntimo de su fe, pero sus reacciones y protestas fueron mucho más serenas y ponderadas que las de sus pares musulmanes.
Desde un punto de vista histórico esta respuesta mesurada ante la herejía es un comportamiento novedoso del catolicismo.. Durante siglos, el Vaticano practicó una activa intolerancia contra distintos grupos humanos. En Europa, entre 1440 y 1792, tribunales eclesiásticos condenaron a la hoguera a cerca de medio millón de mujeres por cargos de brujería. La persecución de la Iglesia de Pedro contra el pueblo judío incluyó la conversión forzada, el destierro y la incautación de su patrimonio. Los musulmanes fueron invadidos y ultrajados en las guerras de conquista conocidas como Cruzadas. Millones de mujeres, judíos y musulmanes sufrieron un tratamiento muy distinto al que hoy tienen Dan Brown, Tom Hanks y demás personas asociadas a la industria de El código da Vinci.
¿Qué cambios le ocurrieron al catolicismo en estos siglos? En su libro Identidades asesinas, el autor francolibanés Amin Maalouf ofrece una respuesta provocadora: “se exagera la influencia de las religiones sobre los pueblos… y se subestima la influencia de los pueblos sobre las religiones”. La Iglesia de Roma de hoy es consecuencia de los cambios profundos en las sociedades occidentales. El Vaticano ha perdido mil batallas frente a la ciencia, el laicismo, la democracia, los derechos humanos, la emancipación de la mujer y la revolución sexual. Con cada derrota, la Iglesia se ha visto obligada a adaptarse a un mundo nuevo. Así, mediante cientos de golpes de cincel, señala Maalouf, la sociedad occidental ha dado forma a una Iglesia y una religión capaces de acompañar al hombre moderno.
En buena parte del mundo islámico, la fe le ha ganado la batalla a los principios liberales y republicanos. Por este motivo, la respuesta ante la herejía es más medieval que moderna. La actitud serena frente a El código Da Vinci nos demuestra que la Iglesia Católica ha evolucionado, pero el encubrimiento y condescendencia ante los crímenes de pedofilia nos recuerdan lo mucho que le falta por cambiar.
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